CANSADAS



Estaba cansada, tan cansada, que incluso respirar se convertía en un esfuerzo.

Habían sido unos días llenos de muchas cosas, y todas reclamaban su total atención. No se podía bajar la guardia, mucha gente, expectante, esperaban que su trabajo se hiciera bien.

Soñaba con cosas pequeñitas, ir a ver una película, tumbarse en el sofá mientras la cortina bailaba con la brisa de la tarde, rozándole la mano de cuando en cuando.

Hacia tanto tiempo que no encontraba el momento de sentarse a leer, a meterse en otros mundos, participar de otras historias, tanta celeridad la estaba embruteciendo. De la música que siempre le había gustado, ya ni se acordaba.

Mientras conducía apresurada, pensaba en lo absurdo de las maldiciones bíblicas “parirás con dolor” ¡Pues vaya chufa! Mejor hubiesen mencionado lo del despertador y su impertinente timbre diario, seguro que así nadie hubiese tocado las putas manzanas.

Y las habituales carreras, resolver mil pequeños obstáculos todos los días, con la constancia de las hormiguitas que roen el cemento de los edificios.

Animar a unos, relajar a otros, todos contaban con eso, ella también.

Llego con el tiempo justo, y las bolsas llenas, tenía que hacer una comida decente en media hora (otra vez).

De pronto se rompió un vaso (las carreras, las carreras), esas cosas tontas que pasan a diario, una de las esquirlas le hizo una pequeña herida en el brazo.

Dejo de respirar, se agarro al filo de la encimera con la determinación del naufrago que se niega a rendirse, y le cayó encima toda la hostilidad de su vida.

Cuando llegaron los demás a comer, se la encontraron sentada en el suelo de la cocina, desconsolada, llorando.

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