COMO LÁGRIMAS EN LA LLUVIA


Retomo lo de ponerme al piano de las letras en mitad de la estupefacción mas absoluta.

No es fácil, nunca lo es. 

Pero han pasado tantas cosas, que a poco que me aprieten, suelto una parrafada digna de un replicante filosófico y moribundo.

Alguna gente me ha preguntado que qué pasa con el blog, que ya no escribo, que en qué ando.....ando, que ya es bastante.

En mi casa suenan campanas un  reloj que fue el único lujo que se permitió mi madre. Y no, no he visto relámpagos resplandeciendo en la oscuridad cerca de la entrada de Tannhäuser, pero si he estado viviendo cosas que no se pueden airear alegremente en el espacio público y superficial que son las redes.

He atendido mi lista de prioridades como pensaba que tenia que hacerlo, y he sufrido el proceso de la aceptación de lo irremediable una vez más. 

Hay viajes difíciles, y tan largos, que nunca tienes claro donde acaban, o igual es que no acaban. En otros momentos te explicaban que eso era madurar, pero cuando ya andas madura de sobra..a ver quién me explica qué coño es esto. Siempre hay, quien menos te esperas, que aparece y ayuda.

NO se asumen las pérdidas, ninguna de las pérdidas, se aceptan y se vive con ello con la máxima naturalidad posible, pero yastá, y lo haces sola. No porque no haya quien quiera acompañarte, o desee consolarte, es que es una carretera de un solo carril; y te la comes con patatas o cierras en falso, esto ya va a gusto del consumidor. 

Para las personas de fe, supongo que es un viaje mas consolador, aunque no creo que mas fácil. Para los incrédulos y escépticos el proceso es mas duro y mas inhóspito. La desolación te ahoga, pero racionalizas. La tristeza te paraliza, pero cabezonamente te aferras a la inercia de la existencia. Y sigues buscando. Como el "sigue nadando" de Dory, pero a lo bestia.

Y heme aquí, metida en otra carrera (cualquier día de estos retomo lo de las crónicas universitarias)más triste, más mayor, más incrédula, más fuerte, más seria...y sin tener claro paqué. Bueno si, paná. Es que no hay otra.

La tristeza pasa, aunque te queda la sensación esa rara de que se te ha olvidado algo. La soledad se instala y se queda a vivir contigo. Las historias que te cuentan, te resbalan como si te hubieran plastificado. Sacas el hacha y te lanzas a cortarle el paso a la desesperanza, y te aferras a las nuevas rutinas como si te fuera la vida en ello, de hecho es así.   

Y la deslealtad más profunda y ruin, ni siquiera te parece novedosa, ni original, no te mueve ni a un poquito de estupor. Es lo que tiene no esperar nada de nadie. 

Y mañana amanece de nuevo, todo está limpio, brillante; el mundo vuelve a estrenarse para que yo salga con mis perros a un campo de tréboles adornados de agua de Swarovsky, los pinos huelen a nuevos, la tierra tapada, regala aromas húmedos y escondidos.

La Navidad, chillona, vulgar, cansina y mezquina acecha tras los árboles para apuñalarme. 

Pero yo, yo tengo un hacha.






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