MANOLO Y LA FELICIDAD




A Manolo le gusta navegar, no hay que preguntárselo, tampoco nos contestaría si lo hiciéramos, no se su edad, ni su historia, pero es la persona que más cara de felicidad ha puesto al arrimarse a un pantalán.
En estos años de enseñarle el mar a las personas que mas difícil lo tienen, me he encontrado con mucha gente que han despertado mi admiración, Lorenzo, el niño más valiente que conozco, Javi, que no paraba de balbucear “abua” “abua” entre chapoteos y gritos, Albita algún día llegara a ser una buena “caña” .

Pero lo de Manolo va aparte, ya desde que se baja del autobús, va sonriendo, pero no con esa sonrisa suave y contenida, sonríe de banda a banda de la cara y no para de hacerlo aunque se le caigan las babas. Manolo siempre se alegra de verte, se alegra de verdad, sin dobleces ni falsa cortesía, no atina con un “buenos días, ¿Cómo estás?” pero le brillan los ojos y te suelta un “guapa” que hace tintinear todas las drizas contra el palo.
Suele venir en silla de ruedas, pero se levanta y entra al barco con mas ilusión que nadie, por supuesto, entra el primero, como le corresponde a una fuerza de la naturaleza con la impaciencia desatada.
Se pone el chaleco, entre carcajadas, con los nervios de la ansiedad, y cada vez que pasas por su lado te toca y se ríe. Es imposible no besarlo.
Navegando, sigue sonriendo, salpica, alza la cabeza para disfrutar el viento y del olor del mar, disfruta de cada segundo y nos regala a todos sonrisas y piropos. Al desembarcar, todos nos hemos contagiado del virus de Manolo, nos bajamos del barco siendo mejores personas, más amables, más relajados, mas sonrientes y más felices.
En los tiempos que corren, llenos de comentaristas sesudos y de ceño fruncido, de gente que va al volante con agresividad asesina, de compradores que si pudieran te partirían una cadera con su carrito, hay gentuza que miran a las personas como Manolo, enarcan una ceja y piensan para sus adentros “menudo infeliz”.

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LECCION DE ARQUITECTURA




Esto es lo que enseñaba el maestro Sextus Piscius Caecilianus (Roma, 75 - 4 a.d.C.) sobre el arte de edificar.
L. Tamaral
Los suelos de madera de algunos pueblos del norte son agradables de pisar e íntimos para convivir, pero en verano se vuelven insoportables, es preferible la solución romana de suelos fríos de baldosas o mármoles, que en invierno pueden cubrirse como los cuerpos hermosos con paños orientales.
Las ventanas no deben ser estrechas y altas como las de los templos sino amplias y horizontales, para estar a cubierto de la luz divina que siempre es vertical e implacable.
Las paredes han de ser anchas para que apaguen el eco de nuestros errores y blancas y luminosas para poder proyectar nuestros recuerdos más queridos y que reverberen en ellas los olvidados.
Las habitaciones deben tener dos ventanas abiertas a diferente orientación, para mantener al menos dos visiones distintas del mismo paisaje.
Los techos altos como los deseos cumplidos.
La alcoba sencilla y fresca como el amor.
La biblioteca ha de ser lo más abundante y transparente posible para que impregne el aire de filosofía.
Hay que ser espartano en el adorno, pero sensible a su forma, que como las caricias se sienten más cuando son secretas.
Se debe procurar que los patios sean silenciosos para percibir claramente nuestras fiestas interiores.
No se debe abusar de las columnas que agobian el espíritu como la falsa elocuencia.
El jardín debe estar rodeado de árboles centenarios que absorban nuestras pasiones y de flores vírgenes como pensamientos que nos las reaviven. Se eliminarán los rincones umbríos donde el dolor y las madreselvas tienden a rebrotar.
En fin, estas son las reglas mínimas que deben tenerse en cuenta cuando se aborda la construcción de una vivienda, pero ha de saberse que no sirven de nada si la casa permanece vacía.

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