MADRID. CUADERNO DE BITACORA (III)

Ha llovido toda la noche, así que llegar al Prado caminando es una autentica delicia, por puro azar al escoger la puerta de entrada, me he encontrado primero con Renoir. Fascinante, con esa aparente frivolidad en las pinceladas apenas insinuadas, la maestría innata en el uso del color, pero, a pesar de ser temprano, ya éramos demasiados mirando los mismos cuadros, los visitantes parecíamos algo entre la promesa del Cautivo y las masas de fieles que caminan alrededor de la Kaaba. Una masa charlatana en la que casi todos entienden de impresionismo hasta decir basta. Yo no entiendo ni de impresionismo, ni de ningún otro movimiento pictórico, pero había cada “experto” soltando sandeces encadenadas, que me he puesto encabronadamente nerviosa. Cuando ya estaba a punto de soltarle un mortífero codazo al de atrás, y una patada voladora al de delante, un pasillo de puertas consecutivas y alineadas me muestra un remanso de paz. Me voy, no puedo con la intelectualidad impostada.
Pasillo, giro, otro giro, y por fin puedo sentarme entre los sobrios Austrias, tristes, endogámicos y todo lo pálidos que supo pintarlos Carreño, pronto vienen las estridencias, esta vez personificadas en un deportivo joven que habla desenfadadamente por su móvil mirando los cuadros apenas de soslayo, ¿Para qué ha venido? ¿Solo para decir que ha estado en el Prado? Es absurdo pagar una entrada para hablar por teléfono.
En vista del cariz que tomaban las cosas, he deambulado por todo el museo sin más criterio que buscar salas aceptablemente solitarias y a ser posible con banco, lo reconozco, no es ni muy científico, ni muy artístico, pero he disfrutado como una mona. Me he maravillado, tanto de lo ya conocido, como de los nuevos descubrimientos, este museo es como un gran joyero donde no hay ni bisutería ni piedras semipreciosas, solo fancy colors, auténticos diamantes únicos que asombran y alegran la vista.



Deambulando, deambulando, me he tropezado con Pedro Pablo, así que me he alquilado un “cipotorro” de esos que parecen un micro, pero te los pegas a la oreja y te van contando los cuadros, más que nada por ahorrarme una nueva sarta de necedades por boca de cualquiera que no entiende pero se dedica a ilustrar a su acompañante. Rubens es absolutamente carnal, como tantos otros, aprovechó el filón mitológico, incluso el bíblico para mostrar la gloria de los cuerpos desnudos, hermosos sin estar ni delgados, ni morenos, ni operados; luminosos, llenos de humanidad real y sin embargo, eternos. Como muestra, “La Muerte de Seneca”, es realmente impresionante.


Y no me salgo del Prado sin hablar de “Doña Juana La Loca” de Francisco Pradilla, es un cuadro gigantesco, desolador; el viento comparte protagonismo con la figura central de Doña Juana, la pequeña hoguera lo impregna todo de humo, sirviendo como telón de fondo al estupor de la reina, un viento que casi arranca la luz de los velones que pugnan por salir del lienzo. Cada personaje se ensimisma en su propio cansancio, en el hastío de participar en la macabra peregrinación por los páramos castellanos, miran a la reina con paciencia, con tristeza. Un ataúd ricamente ornamentado, sobre unas andas enjaezadas, que reposan sobre la tierra yerma y helada.

La tarde, para el Thyssen, y como el sistema del Prado no me ha ido mal he ido de banco en banco disfrutando de las obras que el azar me ofrece, ha habido dos que, además, me han gustado especialmente, ambas de Edward Hooper, las dos son mujeres sorprendidas en momentos de intimidad, Mujer cosiendo a máquina, donde una mujer se afana, delante de un ventanal para aprovechar mejor la luz, está en ropa de casa, con el pelo suelto, concentrada en su tarea, tan distinta a la imagen femenina de Habitación de hotel, no sabemos qué noticias le han comunicado en esa nota, pero, aparentemente, no son buenas. Haber reunido el valor de llegar hasta ahí, desafiando Dios sabe que convenciones, para que unas frases sobre el papel lo destruyan todo, quedándose sentada en el filo de esa cama anónima como un naufrago sin posibilidad de rescate.
Después de esto sigo siendo adicta a la pintura, pero físicamente ya no puedo mas, así que me vengo al hotel y os lo cuento.

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MADRID. CUADERNO DE BITACORA (II)


Subida en el regazo del tren, va contándome historias: La del cortijillo añil medio derruido, la del pequeño arroyo escarchado, la de los tres arboles solitarios, la de la atalaya olvidada…….hasta que sin darme, cuenta estaba aquí. En los cafetales de cristal, hay una sibila tocada con columnas dóricas, busca alguien a quien transmitir los cantos de sabiduría, pero el primer candidato es sacerdote de Morfeo, y su Dios es celoso y vengativo. El segundo candidato, es acaparado por la sibila, que no le permite ni oír los cantos de sirena. Cuando transmite lo que le es permitido, es ella misma la que entra en trance, dejando de pertenecer al mundo de los que escuchan. Indi va pisando botones dorados y morados turbantes invernales. No voy a dejar que la oscuridad me atrape aquí, remontare los negros ríos, antes que se extinga el fuego. Una competición extenuante, sin reglas, sin salida ni meta, se rige por el metálico piar de los exigentes tubos. Caleidoscopios en el pavimento, madera en las caderas, los viejos cromos sepia sujetan los frutos milenarios, mientras asciende el humo de los sacrificios. Ritmos tribales que ya nadie escucha. Conservas de ballenas catatónicas. Lana y cuero que corren y serpentean inundando las calles; que tapan piernas, que tapan bocas, que adornan pechos. Flores crepusculares se desmayan desde el techo. ¿Había un cuerpo de mosqueteras al servicio de su majestad?. Jirafas frías y amarillas escupen promesas imposibles de cumplir. Estupor bajo las farolas. Taparemos los errores, con disfraces de colores. Mientras, suena un clavicordio sobre los confortables nudos de Irán.

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