BOTAMEN, ANAQUELES, PREPOTENCIA


Pensaba yo, en la idealista efervescencia de la juventud, que con la edad, se ampliaba el ámbito de la comprensión. Pensaba, en la inocencia de los inicios, que las trayectorias vitales, apuntaban todas a un punto de interpretación de los mecanismos que mueven a las personas y que le dan forma a las relaciones.

Creía que el entendimiento, iba parejo con las canas y el cansancio. Y bueno, no es que con la edad y la experiencia te vuelvas más torpe, pero irremisiblemente hay cosas que sigues sin entender.

Verbigracia, se supone, que es la juventud, en su errónea percepción del tiempo y de la gestión de la ansiedad, la que comete más faltas de respeto hacia los demás (cosa que normalmente hacen por su propio estatus de cachorros malcriados, no todos, pero si muchos). Pero no entiendo porque, superado el meridiano vital, hay personas que todavía suponen que el resto de la humanidad está puesto ahí exclusiva y mayoritariamente para su uso y servicio.

Tienen una percepción, extraña, estática y marcial del resto de las personas. Creen que existimos, alineados, ordenados, inmóviles y expectantes, con la única misión de esperar que nos señalen y nos asignen una misión.

Como el alquimista que va tomando una pizca de aquí y otra de allá, paseando las yemas de los dedos por las estanterías, leyendo etiquetas y extrayendo de cada tarro la esencia que necesita para sus propósitos.

No entienden de preferencias ni de obligaciones, y lo del libre albedrio les suena a sanscrito.

No te preguntan ¿Tienes planes para el jueves? ¿Estás libre el martes? Noooooooo. Te asaltan con una frase imperativa del tipo… “El martes tienes que estar a las 10:00 en tal sitio”.

Y no lo entiendo, no lo entiendo, no lo entiendo. ¿Sabes si yo ya tengo ocupado ese día? ¿Sabes si me apetece, o creo que debo ir a ese sitio? ¿Sabes si en mis prioridades entra eso, que tú consideras tan importante? ¿Sabes si me da la gana? Pos no, ni lo saben, ni se les ha pasado por la cabeza, ni les importa.

Su visión del mundo es muy extraña, nos ven por preferencia de uso, ordenados en nuestros anaqueles, esperando que alguien necesite el tipo de luz que portamos, como si esa luz no fuera nuestra y solo nosotros pudiéramos decidir emitirla.

Pero hay cosas que no tienen por qué ser explicadas, por lo menos no más de una vez, y te revuelves y ves su cara de extrañeza cuando replicas: ¡Déjame en paz, que no soy un bote!

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