VACACIONES


¿De qué? ¿Vacaciones, de qué? ¿De la rutina? ¿De los periódicos y las noticias? ¿De la casa? ¿De nosotros mismos? ¿De la vida?

A mí estas vacaciones siempre me han gustado más que las demás. Desde chica.

Seguramente por la tengo asociada a la casa de mis abuelos, a su amor, al de verdad, al incienso, a los vencejos, al renacer, a la alegría.

No es primavera porque lo diga el Corte Ingles, ni el almanaque, ni siquiera porque lo diga el meteorólogo de turno.

Es primavera porque los vencejos gritan, los patios empiezan a oler a jazmín, a laurel venenoso (que si, que vale, que es venenoso, pero huele que te mueres, jejejejeje) y no es cualquier primavera, es ESTA primavera, la única que trae este año.

Estas vacaciones huele a tambores, a brotes, a expectativas, a incienso y a cera, a página en blanco, a promesa, a leves ropas y a túnicas de terciopelo, y de eso hay para todos sin distinción de edades ni de creencias. Homo sapiens, homo hormonalis, homo vivo.

Es la celebración del brote vital renovado.

Y el sol calienta más, y la lluvia es una bendición, aunque moje y encierre a los dioses que supuestamente la bendicen.

Y recontamos, sacudimos telarañas, renovamos y sobrevivimos.

Los huesos están muy viejos, los niños están muy grandes, los perros nos miran con el estupor de la fidelidad y las plantan explotan pugnando por invadirnos. El tiempo es indiferente y no sabe de estas cosas, los días se suceden inexorables.

Pero la primavera huele bien, y la vida, por un momento fugaz y cómplice, nos lanza una sonrisa queda y misteriosa.

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