ESENCIALIDAD CROMÁTICA



El chico tenía un don para pintar, pero ni dinero ni mecenas. Llevaba varios días comiendo apenas unos mendrugos y un par de latas de sardinillas, y necesitaba pintura.

Al pasar por una obra vió, abandonadas dos latas, una, de esas de pintar líneas amarillas en el suelo, y otra blanca, las contempló con avaricia, y decidió hacer algo que nunca antes había hecho, las cogió, y se fue andando calle abajo, con el corazón desbocado, de la alegría que le daba volver a disponer de pintura.

Se encerró en su mísero cuartucho, y se dedico febrilmente a dar pinceladas en uno y otro lienzo, mezclaba el amarillo con las cenizas del brasero, con el blanco, otro poco de amarillo; y así consiguió toda una gama de tonos con las que iba componiendo sus obras.

Maldecía a cada pincelada, por no tener más colores con los que plasmar las visiones de su cabeza, deseaba desesperadamente un rojo de Venecia para sus fuegos; necesitaba del índigo, del cian y del glauco, para sus mares. Apretaba los dientes y los puños y seguía pintando con su lata de amarillo y su lata de blanco. -¡Si yo pudiera disponer de todos los colores! ¡Ya verían, ya ¡ Deslumbraría a todos con mis composiciones, mis cuadros colgarían de las mejores galerías, todos querrían poseer uno….

Casualmente, alguien le compro un cuadro, que acabo en manos de un crítico consagrado. Se convirtió en una estrella en alza, todos admiraban su estilo al que bautizaron con nombres intelectualmente alambicados que quedaban muy bien en las críticas, en ellas se hablaba de la búsqueda creativa en lo anímicamente simplista, de la transmutación de lo tradicional y toda esa verborrea que va subiendo el precio de un cuadro. Los más osados incluso trazaron un sutil paralelismo entre el periodo azul de Picasso y su obra.

En una ocasión, siendo ya un pintor consagrado, intentó una exposición de su verdadera obra, la que realmente rondaba por su cabeza, pero fueron tan despreciativos los comentarios que oyó en su estudio, que ni llegó a colgar los cuadros.

Los miraba cada noche, sintiéndose un traidor, acariciaba sus marcos apoyados en el suelo, los pasaba con los dedos, y suspiraba mientras apagaba la luz y cerraba la puerta.

Siendo ya un hombre entrado en años, le entrevistaron en televisión, en un programa minoritario y cultural, le llenaron de halagos y de adjetivos manidos, y le preguntaron porque había basado su obra en un solo tono de color.

Abrió la boca para contestar, cogió aire, pensó en los cuadros de su estudio, que nunca se colgarían, y en el hambre de la época en la que robo una lata amarilla y otra blanca….y comenzó a hablar de la esencialidad cromática.

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