ENERO


Nadie nos había comentado para que se nos convocaba, y poco a poco fuimos llegando a la laguna roja.

Nos entregaron un extraño remo, y nos asignaron una embarcación de ocho, que lejos de ser una piragua, tenía la forma definida de una Barbie hinchable XXL, con su boquita en un eterno gesto de asombro, y sobre la que después de varios incidentes y zambullidas conseguimos acomodarnos a horcajadas.

Vimos pasar a Sade, flotando de un lado a otro mientras canturreaba absorta, como una Ofelia con Alzheimer. El maestro de ceremonias iba y venía con premura cada vez que llegaba alguien más, para dotarlo de todo lo necesario para la travesía.

Por fin, teníamos la tripulación necesaria, todos tardamos muy poco en aceptar que formábamos parte del mismo equipo y que remaríamos juntos en la misma dirección, aunque la atmósfera se hallaba revestida de un velo casi surrealista y onírico.

Sobre el pantalán, una trucha dormitaba dentro de un bocadillo, y a su lado un enorme consolador pistacho ardía, en la hoguera propiciatoria, como sacrificio a Príapo.

Ocupamos nuestros puestos, pero no nos decidíamos a iniciar la navegación, ya que el centro del lago era el dominio de Patocabron, solo pronunciar su nombre hacia abortar a las cabras y congelaba los frutales hasta la raíz. De él , se contaban en voz baja, tenebrosas leyendas, entre ellas, el hundimiento y desaparición de miles de embarcaciones como la nuestra.

Lo que definitivamente, nos animó a partir, fue la llegada de los jueces de la prueba, El Bardaito, con sus lastimeros ojos sanguinolentos y Santa Águeda, con su inseparable bandeja, donde lucia dos hermosos pechos como bizcochos recién horneados; ocuparon sus puestos, desde donde se veía claramente todo el recorrido. A pesar del vaho que iba volviendo opacas todas las transparencias.

Visto lo que se cocía en tierra, nos decidimos a remar, en plan vehemente, como los alegres compañeros de Ben-Hur, cuando le salió aquel pluriempleo de galeote.

No sabíamos el porqué de este castigo, hasta que alguien con forma de hormiga, nos advirtió que era obra del karma y con voz metálica repetía “EN FEBRERO, MALDITO KARMA. EN FEBRERO MALDITO KARMA…………” y así una y otra vez como si fuera un estridente mantra destinado a volvernos locos.

Con la fatalidad que gobierna cualquier tragedia, acabamos en el territorio de Patocabron, un remolino comenzó a ascender de las profundidades, el agua empezó a encabritarse y a ponernos las cosas muy difíciles, apenas nos manteníamos sobre la Barbie, sujetándonos trabajosamente unos a otros, cuando, de no se sabe dónde, ascendió la mismísima Virgen de Fátima, para salvarnos de un final seguramente atroz. Mientras ascendía, los cantos celestiales salmodiaban “EN MARZO UN TRABAJO MUY SUCIO”, con una dulzura tal, que arrancaba lagrimas de nuestros ojos, hasta ponernos a todos bajo la protección de su manto, y alejarnos de tan extraño paisaje.

Mientras nos alejábamos, seguíamos escuchando a la dulce Sade, ajena, distante, con su eterno tarareo.

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EL GUARDIAN ENTRE EL CENTENO


"El guardián entre el centeno (The Catcher in the Rye), es una novela de J. D. Salinger. Al publicarse en 1951 en los Estados Unidos, la novela provocó numerosas controversias por su lenguaje provocador y por retratar sin tapujos la sexualidad y la ansiedad adolescentes. Es considerado por numerosos expertos como uno de los libros más importantes del siglo XX."

Esta es una reseña de la Wiki, yo acabo de leérmelo y debo ser muy poco sutil, o el tiempo transcurrido desde 1951 y ahora ha hecho de las suyas.

No sé quien son esos expertos, ni cuantas obras del siglo XX se han leído, pero esa afirmación me parece un exceso. De hecho, como personaje retorcido y enfermo de ese tipo, pienso que está mucho más logrado Ignatius de “La conjura de los necios”. Pongo este ejemplo por no salirme de la literatura norteamericana del periodo, que si tomamos la de otras latitudes, personajes…..”trabajosos” hay para llenar varios trenes.

Creo que la rebeldía y la sexualidad adolescente en la actualidad (ni la de mis tiempos) no tienen mucho que ver con lo que describe este libro.

Holden, el prota, es más bien un chico maniaco depresivo, adinerado, irresponsable y con una cabeza amueblada con el criterio de la liebre de marzo.

Así a bulto, incluso se puede decir que presenta rasgos de psicopatía, y una pronunciada falta de apego afectivo por las personas que lo rodean, con la salvedad de sus hermanos.

Está escrito en primera persona, y se detallan todas las consideraciones y los procesos mentales que lo llevan a actuar de la forma que lo hace. Esta particularidad, lo hace llamativo para muchos lectores. Para las personas que acostumbramos a hablar solas, (esperando hablar con Dios un día) la forma de narrar resulta tremendamente familiar y nada novedosa.

Seguramente todo lo que digo es prácticamente una herejía literaria, pero aparte de ser un buen libro, lo que le ha hecho más icónico, es ser la lectura de cabecera de algún que otro psicópata y/o asesino en serie. Supongo que por ser libro recomendado en los institutos.

Eso me parece un dudoso merito. Da la impresión, que estas personas, no sabiendo como encauzar sus propios procesos mentales, han adoptado los de Holden, aderezados con Dios sabe que, hasta convertirse en monstruos con coartada literaria.

En definitiva, lectura recomendable para estos días fríos de sofá y manta, y tened en cuenta que esto solo es una opinión personal, yo tengo mis propios gustos que coincidirán, o no, con los de los demás, y además no soy crítica literaria, solo soy una persona que lleva toda la vida leyendo.

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CREPÚSCULO EXQUISITO


Creo que ya he mencionado anteriormente que le echo muchas horas a ver cine (pero en la tele, la pereza es lo que tiene) y no puedo resistirme a hacer una pequeña reseña, de lo último que me ha impresionado, no me atrevo a llamarla critica, porque cometería un pecado de vanidad imperdonable, ya que no entiendo un carajo de esas cosas de la iluminación, los encuadres y toda la parafernalia técnica que rodea una producción. Me conformo con una historia bien contada y bien interpretada, que aunque parecen premisas básicas, la historia del séptimo arte, nos demuestra que no es algo al alcance de todos.

Pues a lo que íbamos, el Sr. Eastwood, es un icono del cine desde hace……….buf, ni se sabe. Al principio, con la arrogancia que da, haberse tragado muchas sesiones dobles en los cines de verano, lo tenía encuadrado en el grupo de actorzuelos que no me gustaban, ese vaquero mal lavado y mal afeitado a las ordenes de Sergio Leone, o ese Harry El Sucio, o el Ejecutor…o lo que correspondiera de la saga, destilando testosterona y repartiendo justicia divina desde su Magnum 44, sinceramente, no animaba mucho a verlo, no eran personajes que me interesaran lo mas mínimo, ni entonces, ni ahora, aunque ahora igual me gustaban mas, por lo que tienen de entrañables.

No voy a contar la trayectoria del Sr. Eastwood, porque ya hay mucha gente, mejor informada que yo, que lo han hecho. Solo que con el tiempo le he dedicado más atención, le he seguido más de cerca, y en la actualidad con solo oír su apellido, intento no perderme nada de lo que haga como actor o como director. Es el ejemplo más claro de que algunas personas son como los buenos vinos, él desde luego sí.

El jueves pasado emitieron en la 2 “Banderas de nuestros padres”, y ayer “Cartas desde Iwo Jima”. No me gusta el cine bélico, en general, y el que menos el de la II Guerra Mundial, sin embargo lo que ha hecho el Sr. Eastwood con la penosa historia de esa maldita isla, es una autentica obra de arte, no sé si del séptimo arte, pero si del arte del equilibrio.

No se ha detenido ni en los bandos, ni en las motivaciones, ni en el conflicto. Ha hecho una delicada vivisección de los hombres que se vieron envueltos en semejante despropósito, evitando un maniqueísmo fácil y manido, sin caer en el rimbombante heroísmo, en el altruismo impostado, en el patrioterismo exacerbado…en todos esos lugares comunes que hacen a las películas de este género un autentico coñazo. A pesar de eso, sus personajes son héroes, patriotas y altruistas.

Están definidos con una riqueza de matices, tan humanos, que es imposible no identificarse con ellos, sin obviar la cobardía, o la crueldad; lo grande o lo mezquina que puede llegar a ser una persona llevada a esos límites de miedo y supervivencia; sin quitar un gramo de lo peor de una batalla, pero sin regodearse en la típica casquería gore, de la que también pecan unos pocos de títulos.

No se vuelven locos por la desesperación, no son histriónicos, no realizan grandes hazañas que cantaran las generaciones venideras, ni son excéntricos o pintorescos, ni soldados autómatas con el cerebro dañado por la disciplina castrense. Son reales, gente real vestida de soldado y haciendo las cosas lo mejor que puede.

Son dos películas muy especiales y totalmente recomendables para cualquiera, la lectura de las dos culturas en conflicto es sincera y sutil. No se hacen concesiones a ninguna de ellas, ni publicidad gratuita.

Los personajes son lo que son, calidoscopios de sentimientos y de historias.

La guerra es lo que es, una farsa cruenta que se alimenta de la sangre de sus hijos, como Saturno.

Y el Sr. Eastwood es lo que es, el puto amo.

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LA AMEBA FELIZ



No hace mucho gozaba de un hábitat donde el tiempo estaba lleno de cosas y circunstancias diversas. Mi pequeño ecosistema se regía por las necesidades del colectivo familiar, que yo apresuradamente, intentaba satisfacer, tal como exigían mis condicionamientos biológicos y culturales. Aunque en algún momento he tenido demasiado sueño o cansancio, no era una tarea desagradable, por lo menos, no en su conjunto, salvo que algunas cosas eran tremendamente tediosas, planas y aburridas.

Es lo que viene dado por el bonito cargo de “amante esposa y madre ejemplar” que sin ser un oficio, da mucho curro, y aunque tenga el aura de la perfección domestica no es más que una sentencia más propia de una lápida anónima, que de los deseos de una mujer medianamente normal. Esto abarcaba disciplinas como la psicología, la pedagogía, restauración (tanto de comer como de la otra), higiene domestica, conducción en casos de urgencias, organización de eventos, logística, agencia de viajes……..en fin, un montón de pequeñas o grandes tareas, que te absorben y te abducen a poco que te dejes.

Yo, que siempre he sido curiosa, y de buen conformar, he estado desempeñando lo mejor que he sabido este papel, teóricamente secundario, durante años. Básicamente porque opino que si asumes una responsabilidad debes llevarla hasta su conclusión o hasta que el proyecto iniciado funcione sin ti, para valorar esto, hay que dejar de creerse imprescindible y forzar a los demás a que muevan pelín la bolsa escrotal, porque, obviamente, es muy fácil, revestir de un halo de importancia las cosas que quieres hacer, con la sana intención de que alguien se ocupe de esas “otras” cosas más anodinas más desagradables y más monótonas, que son las agrupadas bajo el epígrafe de “ámbito domestico”.

Pero el tiempo pasa, las circunstancias cambian, la gente crece…y de golpe te sientes como en esa sensación de caída que sucede cuando estás en duermevela, tienes tiempo.

Puedes hacer un millón de cosas, o dos millones, solo debes pensar que es lo que realmente quieres, que es lo que te haría feliz. Y no vale retomar, porque ni eres la misma persona que antes de meterte en todo este lio, ni tienes las mismas capacidades, ni deseos ,ni necesidades que unos pocos años atrás, todo es distinto todo es nuevo, y todo es genial. Intentar comportarte como si volvieras a tener veintitantos, no es una opción y además es patético.

Te sientes como una ameba, nadando en el caldo primigenio y con una gran carga de información en su única y plena celulilla, con todo el tiempo del mundo, y un gesto imperceptible de satisfacción en la comisura de la boca, feliz de tener paz, y de tener todavía una edad bastante razonable y disfrutable, sopesando opciones, haciendo planes, mientras te vas acercando, flotando, suave, a un cálido rincón donde la tenue luz invita a leer.

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AMÉN

Artículo de D. Arturo Pérez-Reverte en el semanal XL de hoy

SOBRE MUJERES Y HÉROES

Estoy de acuerdo, señora mía. Fui injusto cuando dije que madame Bovary era idiota. O cuando lo dijo uno de mis personajes; que es lo mismo, aunque no del todo. Se lo dijo Makarova, la lesbiana dueña de un bar, al cazador de libros Lucas Corso, en 'El club Dumas'. Y como digo, tal vez sea verdad lo de injusto. O cruel. Puede que mi capacidad de compasión disminuya con los años y con el espectáculo -grotesco, inagotable- de la nunca sorprendente estupidez humana, incluida la mía. Y es cierto. Quizá sea injusto enternecerse con don Quijote y despreciar a Emma Bovary. A los dos se les fue la olla creyendo que la vida podía ser como en las novelas baratas; y es verdad que late el mismo idealismo trágico en salir a deshacer entuertos que a buscar una pasión amorosa en un pueblecito de provincias. Hasta ahí, estamos de acuerdo.

Sin duda la peor idiotez de madame Bovary fue el dinero. Entramparse hasta el corsé. Si hubiera tenido sentido común, o recursos económicos, otro habría sido su destino. Pero ni el estatus social ni el momento eran adecuados para una pobre soñadora provinciana. Cuanto tuvo en su vida fueron dos imbéciles y medio: sus dos amantes y el marido. Y por supuesto: si hubieran sido treinta los hombres de su vida, habrían sido treinta imbéciles. También reconozco que es difícil arreglárselas cuando no sólo la satisfacción sexual, sino las posibilidades de sentirse amada y acompañada, dependen de un mundo de hombres que te acusan de puta si lo intentas y de idiota si fracasas. Hay poco espacio ahí para los héroes, en efecto. Para las heroínas. Y resulta una soberbia injusticia pedir a todas las mujeres que se curtan para sobrevivir. Que sean hembras fatales o chicas duras. Que sean Tánger Soto, Lolita Palma o Macarena Bruner; o la Reina del Sur después de haber sido Teresita Mendoza en Culiacán. Es injusto, desde luego, sentir simpatía por Homer Simpson, o por cualquier Manolo de barriga cervecera, y despreciar a doña Maruja por no ser capaz de escupir a la cara y hacerse matar -o matarlo ella a él- por un varón miserable que no le llega ni a la altura del chichi.

Pero ojo. Tampoco admiro a Penélope. Su absurda fidelidad -veinte años de abstinencia y mojama entre las piernas- me saca de quicio; y también me repatea el hígado ese palacio lleno de cortejadores gorrones y abúlicos que ni la violan, ni saquean la casa, ni hacen otra cosa que tumbarse a la bartola mientras ella deshoja la margarita. Creyendo esperar a que la presunta viuda escoja, los cretinos, cuando en realidad lo que hacen es dar tiempo a que Ulises llegue, lo reconozca su perro y tense el arco. Y ella, mientras, tejiendo y destejiendo en plan melindres calientapollas, en vez de llevarse al más guapo o al más rico al catre, o agarrar una escopeta con posta lobera, o lo que usaran en el siglo VIII antes de Cristo, y correrlos a todos a fogonazos hasta la orilla del mar color de vino. Hay muchas cosas notables que se han perdido en la historia de la Humanidad porque las mujeres que habrían podido hacerlas, crearlas, se negaron a acostarse con hombres que les daban asco. Pero también, gracias a esas mujeres que no transigieron -vaya una cosa por la otra-, se han evitado muchas infamias y muchos prescindibles hijos de puta.

Sin duda soy injusto con Penélope, como lo fui con Emma Bovary. Sólo soy un hombre torpe que mira, y que escribe sobre eso. Que tantea intentando comprender, haciendo frente a su estupidez y sus remordimientos de varón con los personajes femeninos que, mejor o peor logrados, habitan el mundo que narro. Pero de algo estoy seguro. A la hora de escoger héroes para mis novelas, prefiero ser injusto a complaciente. Quiero lobas y no ovejas. En tal sentido, estoy seguro de que la mujer lúcida es el único personaje literario apasionante que nos queda, el único héroe posible en el siglo XXI: soldado perdido en un territorio enemigo, de reglas hechas por los hombres. Mujeres intentando sobrevivir, llegar al mar y volver a casa. O encontrarla, al fin. Una casa propia, una vida normal. Heroínas a su pesar, luchando por el derecho, luego, a ser vulgares. Creo que la capacidad de sorpresa que ofrece el héroe masculino está agotada tras veintinueve siglos de literatura. El hombre se repite a sí mismo, o lo que resta de él, mientras que la mujer entró en esta centuria haciendo frente a desafíos nuevos, todavía no escritos. Arriesgándose como los exploradores que antaño se adentraban por la tierra incógnita dibujada en los espacios en blanco de los mapas. Por eso no son tiempos, los míos, de compasión literaria ni de justicia narrativa. A estas alturas, madame Bovary me importa un carajo. Existe, sin duda. Con sus tres o sus treinta imbéciles. Y seguirá existiendo. Pero no pienso escribir sobre ella. Que la compadezcan otros.

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CONSIDERACIONES Y COARTADAS


Comentaban ayer en la radio, que las grandes compañías tabacaleras hacen campaña para difundir por la población lo dificilisssssimo que es dejar el tabaco. Parece ser que no, que no es para tanto. Puede. Pero a mí me está poniendo en el punto de digievolucionar a basilisca de mi casa.

Por lo menos tengo la suerte de no vivir en zona urbanizada, es decir, para comprar tabaco tengo que desplazarme en coche, eso es bueno. Pero mi marido fuma, ayer le robe un cigarro, eso es malo.

Voy al gimnasio, de los nervios por no haber fumado, y me enfrento a las maquinas con el furor de la prima vigorexica de Jean Claude Van Damme. Eso es malo porque cualquier día me busco yo solita una lesión.

Me paso el día masticando chicle compulsivamente. Eso no sé si es bueno o malo. Y con hambre, maravillosamente saciada por las dos mil chorradas sobrantes de las navidades, todas susceptibles de poner en una tostada. Eso es malo porque me estoy poniendo ciega de canapieses varios, bien regados de Coca-cola.

Me planteo una ayuda farmacéutica. Eso, seguro que es malo, a ver si voy a saltar de los brazos de la nicotina a los del Rey Lexatin.

Otra posibilidad es que acabe bulímica perdida, comprando tartas para poder asaltar la nevera de noche, en mitad de un ataque de ansiedad. Eso es rematadamente malo.

Reconsidero lo de dejar el tabaco, si ya no se puede fumar en casi ningún sitio, pero al precio que lo han puesto los cabrones estos, me molesta seguirles el juego, además cuando me voy al monte con mis perros, subo más y resuello menos. Eso es bueno.

Nunca he tenido un carácter especialmente dulce, pero ahora estoy sensiblemente más borde con la privación de fumar, intolerante, protestona, molesta. Eso es malo.

Calibro, sopeso, replanteo… ¿Qué tiene de bueno dejar de fumar?

¡Ah sí! Lo de la hucha. El problema, es que miro la hucha, con calculada avaricia, pensando que cuando tenga suficiente dinero, me voy a comprar un cartón de tabaco, y me lo voy a fumar mirando al mar con una sonrisa beatífica soltando humo por mis, por fin, relajadas fauces.

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REQUIEM (ESPERO)


Estudiar inglés, ir al gimnasio y quitarse de fumar. Son tradicionalmente los propósitos más comunes de año nuevo.

Al gimnasio ya llevo yendo una temporada, así que nada, solo es cuestión de retomar la rutina, y a pesar de que saber inglés siempre me ha parecido una gran cosa, estudiarlo me da una pereza horrible, aparte de que tampoco encuentro un motivo lógico para saltarme los empastes intentando pronunciar correctamente la lengua de Shakespeare, de Terry Gilliam y de Robert Graves.

Quitarse de fumar, ¡Ay Zeñó! Esa ya es otra cuestión. De siempre he intuido que en algún momento llegaría el tiempo de tenerlo que dejar, los simpáticos anuncios, tipo esquela de las cajetillas nunca me han hecho mucho efecto y la verdad es que son poco reveladores, desde la primera vez que te pasas fumando y te tiras medianoche sentada en la cama tosiendo, eres consciente de que fumar es malo y además mata.

Yo no sería capaz de demandar a una compañía tabacalera por los perjuicios del tabaco, son obvios desde la primera calada que baja rajándote los bronquios cuando apenas eres un niño grande y te da por probarlo.

Sin embargo, puede más la fascinación de las volutas de humo y ese olor como a madera dulce del tabaco rubio. Mi generación ha crecido entre los pitillos en las comisuras de los espías y de los chicos duros de Hollywood, y las bocanadas indolentes de esas perfectísimas mujeres fatales en blanco y negro, fumar es un placer….genial….sensual, y tiene un añadido de desafío sofisticado que no tiene por, ejemplo, mascar chicle.

Además siempre he sido una fumadora hedonista, no fumo conduciendo, ni trabajando, ni andando por la calle, ni haciendo ninguna actividad que me distraiga del placer de fumar, salvo que esté de marcha o de tertulia, entonces sí que van uno detrás de otro, acompañado de su cervecita, su cafelillo o la argumentación pertinente para calentar el debate de turno.

Pero tengo que dar por terminado todo esto, a cuatro euros la cajetilla, fumar me parece indecente e insostenible. Además creo que tanta ley antitabaco es una locura. Si todos dejáramos de fumar de golpe, los presupuestos del estado se verían seriamente comprometidos.

Llevan décadas incitándonos a fumar, permitiendo que los cigarros vayan cargados de sustancias adictivas y letales, recaudando sumas de vértigo a cuenta de las personas a las que han convertido consciente y maquiavélicamente en adictos. Y ahora resulta que los fumadores somos los malos, los inconscientes, los insolidarios, los desechos de la sociedad. Pos vale, pos lo que tú digas, pos tomate algo que yo invito.

He cogido un bote de cocina, le he hecho una bonita raja en la tapadera y le he pegado una panorámica de un puertecillo de alguna isla perdida de Croacia, tengo que calcular cada cuanto debo introducirle cuatro euros, y cada vez que me dé el mono, echare uno más, y cuando ya esté subiéndome por las paredes, buscare en el google Croacia turismo y me motivaré pensando en que pronto tendré suficiente para financiarme el viaje. Solo tengo un hándicap serio, al ordenador siempre me he sentado fumando.

Así que si todo falla me iré al blog de eclectikus a echar unos pitillos virtuales.

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