LA TORRE


La torre, es inmensa, inamovible, inicia su marcha paquidérmica, siempre en línea recta.

La torre no tiene prisa, cuando encuentra una pieza enemiga, se queda al lado intimidándola para que huya, la torre impone su presencia y los pequeños peones tragan saliva, mientras los alfiles aprietan nerviosos la empuñadura de su arma.

Cuando una torre ataca, todas las demás piezas parecen frágiles y perecederas, si pudiera, en lugar de ocupar su casilla, las aplastaría dejándolas como alfombrillas bajo sus pies.

Como es lógico, la torre tiene el mismo sentido del humor y la misma agilidad de una piedra, y eso le molesta. Únicamente está pendiente de su rey, y a su más mínimo gesto, acude en su auxilio, haciendo de contención entre él y las acometidas del enemigo.

Le cansan las escaramuzas, prefiere enrocarse y vigilar la batalla desde un otero, a una distancia prudente, donde el chocar de las armas solo se perciba como un zumbido distante.

En el momento en que abandona el tablero, todas las demás piezas detienen la lucha, para contemplar como la torre abandona el campo de batalla, despacio, solemne.

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