…ES QUE TE PONES A LEER….

Un día se planto. ¡Ya está! ¡De hoy no pasa!, ¡Tengo que arreglar la librería!
Tenía el salón con todas las paredes llenas de libros, en doble fila por las estanterías, en horizontal encima de esas filas, salpicados con algunas figuritas absurdas, apretujadas entre los libros, a las que adoraba y de las que no pensaba desprenderse, todo aderezado con una fina capa de polvo, rasgada por los sitios donde algún libro había sido movido.
Con un plumero en la mano, y un trapo saliendo del bolsillo trasero, se puso a la labor.
Empezó por quitar primero los de equilibrio más precario, les quito el polvo, y comenzó a formar torres en el suelo, hacía años que compraba y leía con fruición.
Vació un par de estantes, reprimiéndose para no abrir ningún libro, hasta que se tropezó con El Corsario Negro (!hostias!). Se vio de nuevo al bordo de El Rayo, compartiendo batallas con Carmaux y Wan Stiller, y se sintió mucho más joven, haciendo un alarde de voluntad, cerró el libro y siguió ordenando. Por poco tiempo.
Lo siguió El Escarabajo, Ramsés II y Nefertari y todo aquel periplo extensísimo en el tiempo. Soltó el plumero, se acomodó entre las torres de libros y empezó a disfrutar de esa improvisada reunión con los viejos amigos. Participo de los secretos de la Diosa Madre, cazo mamuts en heladas praderas, gritaba con desesperación el nombre de Heatcliff, mientras una modesta institutriz, caminaba pausada sobre el campo de espinos. Estaba en mitad de una apasionante conjura entre los Orsini y los Colonna cuando por el rabillo del ojo, le pareció ver a maese Voland acomodado en el sofá, acariciando a Beguemot con desidia. Sam Spade, se apoyaba en el quicio de la cocina mientras Ignatius soportaba con profundo malestar que su madre le sacudiera las migas de perritos calientes de su enorme pechera. Se afanaba a los remos del Argos entre Ifito y Falero, para atravesar silenciosamente el Helesponto, cuando empezaron a bajar por la escalera, Sir Galahad y Jack de Molay en una anacrónica sinfonía metalica. De debajo del sofá, comenzaron a salir langostas verdes con algún pequeño collar enredado entre sus patas. Angustias, Magdalena, Amelia, Martirio y Adela, miraban graves y enlutadas, desconcertadas. Naná, siempre tan casquivana, se pavoneaba con un mohín de desprecio, entre Ana Ozores y Emma de Bovary. Con Marina no se decidía si discutir de cristianismo, de ultramodernidad o de donde se estudia la artiquectura del deseo. Al grito de Wingardum Leviosa, tres pequeños magos, pusieron a levitar las tazas del café. Francie Nolan, viendo cómo cambia Brooklyn, mientras Marlowe bucea en los suburbios de Los Ángeles. Parecía como si las paredes de la habitación hubiesen roto todas las reglas de lo material y pudieran dilatarse para abracar a tantísimos personajes. Unos pequeños semimonjes deformes, desfilaban salmodiando la palabra “soma, soma” con insistencia monótona. Anita Delgado languidecía entre sedas. Alain de Botton, departía amigablemente con Punset, acomodados en la escalera, mientras el techo se abovedaba y ascendía, mostrando al cadáver de Jacopo Belbo en un vaivén rítmico y macabro. Se levantó y se dirigió a la puerta que amables y educadas le señalaban Josephine y Desiree. Tenía miedo, había muchas presencias extrañas, el orla, el wendigo…… antes de llegar a la salida, los personajes, las hojas de papel , se convirtieron en un remolino, que salió impetuosamente por la puerta, ascendiendo con asombro, dejándose llevar mientras pensaba en Remedios la Bella.

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