TIMEO LUPUS UT DONA FERENTES


Cuando has andado mucho tiempo en compañía de lobos, los hueles a distancia. Sobre todo si, ante ti, se han mostrado como son, si conoces su verdadera naturaleza, sin tapujos ni conveniencias sociales.

Debo tener un gen “Zelig” muy dominante, porque a veces incluso me han pedido disculpas “Perdona chata, se me había olvidado que tú no eres de la especie”.

Los he visto olfatear el aire y ponerse agresivos, los he visto en sus juegos y su vida domestica, depredadores, a veces, incluso a su pesar. Pero todos ellos sujetos irremisiblemente a los dictados de su propia esencia.

Ahora parece que andan cambiando de comportamiento, es el signo de los tiempos. En vez de enseñar las fauces entre belfos babeantes, sonríen con complacencia. No aúllan, solitarios a la luz de la luna, sino que cantan melodiosamente. ¿Siguen siendo lobos? Yo afirmaría rotundamente que si, de hecho tengo plena convicción en eso, pero pensando así los ofendo.

Bueno, pues ¿Qué le vamos a hacer? Si la evolución los obliga a aceptar otras pautas y a modificar su comportamiento, mejor, pero que no esperen que todos creamos en semejante milagro.

Esto me recuerda a un cuento que oí, de pequeña:
Erase una vez, un campesino que tenía un ciruelo, que a pesar de sus cuidados siempre se negó a regalarle su dulce fruta. Andaba el imaginero del pueblo buscando una madera para un bonito santo (no recuerdo si San Antonio o San Cristóbal o cualquier otro) y el campesino harto del desagradecido árbol, lo corto y lo dono para tan sagrado destino.
Al poco tiempo, el santo tallado de aquel ciruelo, comenzó a tener fama de milagroso.
El buen hombre se acerco un día a la iglesia, y con toda la retranca que da la falta de fe, le dijo:
Yo te conocí ciruelo
y de tu fruta no comí
los milagros que tú hagas
que me los claven a mí.

Me temo que mi incredulidad me lleva al mismo punto. Así que voy a tener que procurar no cruzarme más en el camino de ningún lobo, que últimamente andan todos muy sensibles, conciliadores y poéticos.

Es una pena que cuando sonríen, se les sigan viendo los colmillos.

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