RENUNCIAR A “HACER SANGRE”


¿Es la edad lo que nos vuelve prudentes? ¿Son los golpes, o el desarrollo de la empatía?

Terrible duda. Yo creo que lo de la edad es un sí pero no. Me explico; una de las pocas ventajas de ser mayor (¿Cómo de mayor? Ese es otro debate) es que la vida te pone por encima del bien y del mal. 
Es decir, en roman paladino, que lo que piensen o digan los demás te va importando una mierda básicamente.

En mi caso, parece ser que mi deriva va en la onda de huraña, pero, por aquellas cosas de las paradojas existenciales, también notas más a flor de piel el daño que hacen los actos y las palabras. 

Esto no quiere decir que no te apetezca hacer daño, el problema es a quien, y sobre todo para qué. A ciertas alturas, se han padecido tantos daños, que una se vuelve exquisita a la hora de infligir alguno.

En las redes todos opinamos más o menos salvaje e impunemente, pero hay a quien le afecta, por cuestiones de inseguridad, de educación, o de pensar que las redes son la brújula de algo. Y esto se está filtrando a la vida real. 

Todos tenemos motivos de frustración, personal, laboral, existencial…. Y todos necesitamos aliviarlo desfogando contra algo, esto es un sentimiento razonable, incluso lícito, pero para eso no hay que utilizar a otras personas de sparring, entre otras cosas porque ni es sano, ni podemos saber hasta dónde llegan las consecuencias de  los golpes que tan ciegamente damos.

La discreción, la prudencia el respeto, ya no son valores a tener en cuenta, sobre todo si se interpretan como síntomas de pusilanimidad. El más bocazas, el más cruel, parece ser el poseedor de la verdad o de sus claves, el creador de puntos de vista y realidades.

Mucha información y pocos datos contrastados, mucha opinión y poca investigación, mucha boca y muy poquito cerebro.

Cada uno es dueño de sus zapatos y sus pasos, pero desde el momento que algo es público, simplemente se convierte en un amasijo de carroña en los comederos de los depredadores, manduca para despedazar y consumir. Y  por obra y gracia de las redes esto le pasa a cualquier hijo de vecino.

Tenemos que volver a ser más prudentes, más delicados, más sabios en definitiva.

OJO, no más sumisos ni más conformistas, que aunque nos estén educando en lo contrario, no hay que confundir el culo con las témporas, ni comulgar con ruedas de molino, solo hay que sacar el hacha cuando el evento realmente lo merezca.

El problema no es el aceite de palma, el problema es que no están dando de comer, intelectualmente, basura, mucha y variada, y entramos al trapo sin compasión, sin complejos y sin anestesia, y cerramos el ordenador o la aplicación de móvil con la suficiencia del que tiene su deber cumplido.

¿En serio?

Creo que tenemos muchas cosas que revisar, con los dispositivos apagados y sin cobertura wifi.


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EL PAPELÓN DE PENÉLOPE Y LA TERCERA LEY DE NEWTON


N. de la A: Nunca se me han dado bien los signos de puntuación, antes, normalmente ponía comas de menos, desde que estudié su correcto uso, pongo de menos y de más, pido disculpas a los que sepan de estas cosas, a mí no me sale de otra manera. Gracias.

Odiseo, que era un liante, se inventó una especie de sociedad de juramentados entre todos los pretendientes de la bella Helena para que no se mataran entre ellos con la ansiedad de no podérsela beneficiar ninguno, salvo el elegido por la muchacha.

Con este apaño consiguió dos cosas, a saber:       
1º Casarse con Penélope; que sí, bueno, no era Helena pero guardaba un lejano parecido familiar, y ya sabemos que es mejor un premio de consolación, que ningún premio y
2º Pillarse los huevos él solito, ya que al haber sido uno de los susodichos pretendientes al tálamo helénico, quedaba incluido en tan rocambolesca hermandad. 

Un par de estos desdeñados muchachos, que se aburrían como ovejas áticas, decidieron irse a la guerra de Troya, que fue más o menos un parque temático  para entrenar guerreros y deshacerse de segundones molestos  durante un tiempo considerable, se sanearon filas y sangres endogámicas, todo en el mismo lote. Así que en virtud del juramento propuesto por Odiseo tuvieron que ir desfilando para las murallas de Troya en fila de a tres (o de a cinco, vaya usted a saber) con carita de “mira que marcial voy con la poquita ganas que tengo”.

Nuestro héroe, que a la sazón vivía a cuerpo de rey, (que era lo que legal y moralmente le correspondía) con su Pe y su pequeño Telémaco; pasaba de tan castrense paseo y le dio por hacerse el maharón, a ver si colaba, pero no coló y allá que se plantó en las murallas con otros pocos cientos de vociferantes griegos rezumando testosterona y desesperanza, ya llevaban lo suyo con el asedio y como todos sabemos, son una pesadez y suelen tener tendencia al infinito.

Pasan unos 10 años, se les ocurre la tontá del caballo y ponen fin a lo que llevaba siendo su modo de vida los dos últimos lustros.

Claro, pero no es lo mismo un tío de veintyalgo con la bóveda craneoencefálica llena de gorriones revoloteando, la clámide oliendo a suavizante y recién planchadita; que un colega de treintaypico con diez años de guerra entre pecho y espalda, acostumbrado a los vivacs para cenar lo que sea, al que la perspectiva de volver a casita igual le resulta aburrida. Por muy hermosa que sea Ítaca al atardecer.

Así que en esto, con lo de Troya finiquitado,  deciden 12 patrones con sus 12 tripus (una flotilla en toda regla)  no volver a casa todavía, “total, si Ítaca no se va a mover de donde está”.

En los poemas no se habla de las familias que llevaban 10 años mirando para el horizonte sin saber si estaban vivos o muertos o jugando al mus con el Psicopompo, o triscando en los Asfódelos cual sátiros vegetarianos, esa incertidumbre, ese miedo infinito no supone nada en los cantares épicos. Nada comparado con la heroicidad sin parangón de tan ilustres guerreros.

Nuestra Pe, a esas alturas, con un hijo preadolescente y como gobernadora consorte de las jónicas, se las había apañado para esquivar un par de levantamientos populares (el personal se torna muy levantisco con el síndrome de claustrofobia isleña), algún que otro terremoto, una epidemia por cada primavera y el resto de sobresaltos que supone un buen gobierno.

No existía el pilates, ni el airboxing, ni el mindfullness, ni los prozac, ni los lexatines, poco se podía hacer, aparte de bordar o tocar el aulós con insistente  melancolía. Puestos a escoger, le pareció que bordar era menos molesto para los que la rodeaban, y a ello se ponía todas las tardes un rato cuando acababa con sus obligaciones.

Le gustaba especialmente bordar pajaritos, pero de eso no se dio cuenta hasta que no iba por más de la mitad del tapiz, así que cuando ya tenía casi lista una bandada entera de estorninos sobre el esmerado paisaje, se entretenía en descoser puntada a puntada los pequeños cuerpecillos emplumados en movimiento, y volverlos a bordar una y otra vez, encontrando una extraña paz en la repetición de la labor.

En aquellos tiempos una mujer en el trono, equivalía más o menos a plaza vacante y lo que originó un chorreo constante de opositores al puesto de Odiseo,  que la llevaba a ella como presea accesoria.

Cuando la movida de los pretendientes se puso cansina, y estaban a punto de acabar con  todas las reservas de la isla, no se le ocurrió mejor idea que recordarles a todos la estirpe de héroes griegos de la que procedían, como su propio marido ausente, y la hazaña de Jasón y los argonautas a la búsqueda del vellocino, los arengó convenientemente y les colocó la milonga del gamusino de oro que se encontraba más allá de las Joirades y de las columnas de Heracles. Mucho más pallá, buenooooooo, muy lejos, en un sitio donde solo podían recalar los auténticos hombres griegos descendientes de los mismísimos dioses, y al grito de ¡Δεν αυγά! los animó a buscarlo, prometiendo su mano al que retornara triunfante con el gamusino adornando su mascaron de proa.

El día de la partida de tan gorrona cohorte, Penélope se subió al monte Nérito viendo cómo se alejaban las naves, con los gallardetes (que ella misma había bordado, uno por pretendiente) ondeando con el lema ¡Δεν αυγά!. Una sonrisa de alivio se dibujaba en sus labios mientras canturreaba “Sarandonga nos vamó a comé, sarandonga un arró con bacalao…” y bajaba a saltitos como una chiquilla en dirección a palacio.

Un par de veces llegaron heraldos y emisarios de los reinos de algunos de ellos, pero ella los agasajaba y los mandaba de vuelta con la noticia de que ya habían partido de Ítaca, que pronto estarían en sus palacios. “¡Hombre ya! No haber dejado que vinieran a darme el coñazo, ¡Hala hala que corra el aire!”

Y los días, los meses y los años seguían pasando en la isla como filas de procesionarias; lentos, tóxicos, interminables y sin sentido.

Mientras, nuestro Odiseo se dedicó a ver mundo, así, sin más, porque un hombre, un héroe, tiene sus necesidades, y eso, al contrario de sus obligaciones, es muy importante.

Tuvo que sacar a tirones y a la fuerza a las tripulaciones de la isla de los lotos donde todos andaban amnésicos y pasados de rosca, se montó un rollo enológico con Polifemo y al final lo timó, lo dejo ciego y lo hizo quedar de imbécil con sus colegas, se liaron con el regalo de Eolo y montaron un temporal de órdago.

Once tripulaciones acabaron sirviendo de merienda y la que quedó terminó transformada en los primos griegos de Babe, menos mal que nuestro Odiseo lo arregló con un buen revolcón, o varios, con la hechicera Circe con churumbel de recuerdo y pudieron salir más o menos airosos de semejante trance.

Lo de las sirenas fue otra historia, y eso que Circe ya los tenia advertidos, pues nada, “que mira que es que me hace mucha ilu escucharlas de cantar”……. ¡Ayyyyy  jomio que poquitas luces! Así que cantando, cantando, el cante llegó hasta Ítaca, que las sirenas cuando se ponen a vacilar se convierten en unas sabandijas de lo más cotillas, y no iban a dejar de pasar la ocasión de que todo el Egeo estuviera bien informado de las correrías de la tripu superviviente.

No contentos con todo esto, Odiseo y sus compinches siguieron enredando: que si nos comemos unos filetes de ternera (con el consabido cabreo del dueño de las vacas) que si nos traga un remolino y que si ya que estamos me paso una temporadita retozando con Calipso y le hago otro par de chiquillos.

Total que nuestro rijoso y prolífico héroe acaba en las playas de su Ítaca hecho unos zorros 20 años después de su partida y sin reconocer siquiera el terreno que pisaba.

Llegó con sus ínfulas de héroe, en el otoño de su vida, a las puertas de una Penélope que no guardaba ni el recuerdo de lo que era tener marido.

¡A ver! ¡El rey ha vuelto! ¿Dónde está mi arco que pueda poner en su sitio a los usurpadores?

¿Perdonaaaaa? -Penélope lo recibió en el umbral – “Aquí no hay usurpadores querido, esta isla tiene reina legitima, y soy yo”. Le echó una mirada de arriba abajo, giró volviendo a entrar en palacio dándole con la puerta en las narices.

Pasmado bajo la sombra de las columnas, Odiseo la oyó cantar mientras se alejaba hacia el interior “tu solo quieres quererme en primavera, pero yo no soy Pinocho que el corazón tiene de madeeeeeraaaaa….”

Odiseo, anonadado, volvió despacio a la playa y se sentó sobre la arena. A pesar de los cíclopes, las tormentas, los remolinos, los escollos… nunca, hasta ese momento, el mar le había parecido un sitio tan inhóspito.

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