PESADILLA ANTES DE NAVIDAD


De vuelta al otoño, de vuelta al Prado, al Thyssen…. De vuelta a pegar saltos y carreras de cuadro en cuadro (el día que esta disciplina sea olímpica, hago podio, seguro).

Pero como la nueva tendencia es partir las exposiciones, pues nada, te sales del triángulo de los museos y te pegas una carrerilla urbana hasta enfrente de las Reales Descalzas.

Madrid, a la que por otra parte adoro, es una ciudad agobiante, es…. como un eterno Jueves Santo en la Alameda donde todo el mundo corre con más ropa de abrigo de la estrictamente necesaria.

Buscando una calle para atajar, acabamos desembocando en una pesadilla delirante.

Un par de municipales, un Corte Inglés y una multitud expectante, arrobada, un batiburrillo de globos, cochecitos, abuelas, pandillitas, pendientes de la fachada del gran almacén.

Educadamente, nos vamos abriendo paso entre la masa: ¡Disculpe! ¡Perdone! ¿Me permite?, hasta que en mitad de este noble empeño, una electrizante corriente se derrama por la muralla humana que al unísono empieza a cantar a grito pelado, con una bonita coreografía de saltitos entrecortados: ¡Cortylandia, cortylandia vamos todos a cantaaaaaar! .

¡Dios!!Que susto! ¿Qué le pasa a la gente? Todos abducidos siguiendo los envarados movimientos de un puñado de payasos de plástico en plan animatronic primarios (creo que eran payasos, me dio miedo mirar de frente no fuera a ser que yo también sufriera algún síntoma extraño).

Una ceremonia espeluznante y una parroquia entregada, un espectáculo como para arrancar cualquier historia de terror. Eran todos tan felices dejando que sus canticos ascendieran hasta los pequeños dioses de colorines, con sus estiradas sonrisas y sus estímulos audiovisuales.

Muchas gentes llevaban a sus pequeños como ofrendas, para que desde su más tierna infancia sepan a quien adorar, quien los puede hacer realmente felices, quien le da sentido a sus fiestas.

Por un momento, el fantasma de las navidades futuras, me llevó a vislumbrar a esos pequeñajos en sus navidades de adultos, con sus salones, huérfanos de árboles y belenes, adornados con espantosos payasos chillones, donde toda la familia, remedando esas sonrisas de pvc cantan con alborozo ¡Cortylandiaaaaaa, cortylandiaaaaaaa! mientras saltan, espasmódicos, alrededor de la festiva mesa con sus tarjetas de compra, sobre la frente, engarzadas en bonitas diademas.

Se murieron los peces en el rio, los pastores pillaron una patera y acabaron en Italia, la burra que iba hacia Belén cayó víctima del fuego amigo, la Marimorena se cambió a un tono de piel más acorde con los nuevos tiempos, nadie se remendaba ni se remendó porque no sabían coser y a María, María le importaba una mierda quien se comiera los pañalillos.

¡Aaaaarrrrrrrgggggggggg!

Empecé a hiperventilar mientras conseguía atravesar las últimas líneas enemigas, a esas alturas daba igual pedir permiso para pasar, todo el mundo tenia los cinco sentidos en la tremenda fachada-espectáculo, tuve un par de oleadas de náuseas y un amago de convulsiones.

Se me pasó todo delante de la obra de Canaletto. A lo lejos, difuminado, apenas audible, sonaba un coro estremecedor ¡Cortylandia………..

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