Desde 2011 lleva Siria en guerra, otra absurda y sangrienta guerra civil que le estará llenando los bolsillos a alguien, y no nos ha importado, de
hecho, incluso hay gente que ni lo sabía. Ni que había guerra ni que Siria existía.
¿Cuántos niños sirios han sido masacrados en estos años? ¿Cuántos
adultos, que también fueron niños?
¿Qué la foto es brutal? Pues sí, parte el alma y crujen las
entrañas esos zapatitos de pequeñín, comprados con amor y con suelas especiales para que aprenda a andar
derechito y no se caiga mucho, ese chándal para que vaya cómodo pero abrigadito
que el viaje era muy incierto. ¿Y qué? ¡Ah bueno si! Los señores de los medios
han debatido mucho si sacaban las imágenes por aquello de la ética, el morbo y
el impacto mediático. Ya, la ¿Etiqué?
¿De qué nos sirve estremecernos con la foto del diminuto cadáver
de Aylan? Si después cuando vemos un rumano cambiamos de acera, y nos gastamos
lo que no tenemos en coles privados para que nuestros hijos no estén en una
clase llena de hijos de inmigrantes.
De macro política para que vamos a hablar, como súbditos de
Sacro Imperio Germánico, que hable mi amiga Angelita.
De macroeconomía tampoco, porque con lo mal que estamos lo
que nos hacía falta era más gente pidiendo trabajo y buscándose la vida por los
márgenes de la legalidad. ¿O no es eso el pensamiento más general cuando hablan
de acoger inmigrantes? Eso sin tocar el espinoso tema de la vivienda o de la atención
sanitaria.
¿A qué viene ahora tanta penita pena? Ese pequeño-gran
reproche flotante no ha surgido por generación espontánea sobre las olas, es
producto de “déjalos que se maten entre ellos” “que sí que los españoles
emigramos pero de otra manera, con contrato y eso” “yo no digo que no sean
criaturas como nosotros, pero oye cada uno en su sitio”.
Pues ahí lo tenemos, en el único sitio que le hemos dejado, a
falta de cuneta, rebalaje.