Desde que me he zambullido en la rutina de estudiar, mis días
son como una lista de películas.
Me levanto muy, muy temprano (Amanece que no es poco) y después
de la perceptiva ducha y desayuno, salgo al monte, con una linterna a pasear a
mis perros (El proyecto de la bruja de Blair), a veces me llevo algún que otro
sobresalto en la oscuridad cuando escucho ruidos raros, pero no puedo hacerlo a
otra hora.
Pillo el coche (Chitty chitty bang bang) me pongo en marcha
(Carreteras secundarias) y cruzo los dedos para que esta vez no tengan que
venir a rescatarme los señores de la grúa. Una de mis mediocres aspiraciones es
tener un coche, ni siquiera nuevo (Herbie), me conformaría con que marcara 80 o 100.000
km en el cuentakilómetros, y que siempre pudiera disponer de medio tanque de
gasolina. Pero lo mio con los vehículos va por otros derroteros (Mad Max).
Por fin llego a la facultad y me instalo cómodamente en la cafetería
(Cheers) que es el sitio con la temperatura más acorde a la mía.
Saco mi mini portátil, (El chip prodigioso) y procedo a
abrir el campus virtual para comprobar tareas pendientes y calificaciones (Pánico
en la red).
Aunque intentes concentrarte, siempre hay conversaciones que
acaban atrapando tu atención (Espías como nosotros), sobre todo cuando se reúnen
en una mesa unos pocos de Derecho (Los otros). Es increíble con que aplomo y
seguridad dicen algunas tonterías (Mentiras y gordas), supongo que les falta
trayectoria vital, o a lo mejor vienen así de serie.
A lo largo de la mañana llegan mis niñas (Ángeles y
demonios), y comenzamos a ordenar apuntes y powers (Dentro del laberinto).
Cuando por fin pongo un poco de orden, verifico todo lo imprescindible de estudiar
para el examen (Vértigo).
La época de exámenes es lo peor de toda esta historia (Asco
y miedo en Las Vegas). Te preguntas porque de algunas materias o contenidos y
siempre te responden lo mismo “está en el programa” (El gran dictador).
Las tardes son para las clases: atender, coger apuntes y no
perder puntada (Las reglas del juego).
Día tras día vas avanzando (Las horas), hasta que llega el insoslayable
momento de enfrentarte al examen (Sola en la oscuridad), y deseas terminar de
una puñetera vez con el último y dedicarte un fin de semana a no abrir ni un
ordenador ni unos apuntes (Días de vino y rosas).
Pero hasta que llegue ese momento (El fin de los días), no
te queda otra que hincar codos, un día tras otro, hasta la hora de irse.
El problema, es que como todos los días se parecen, cada vez que
salgo, acabo haciéndome la misma pregunta (Colega ¿Dónde esta mi coche?)
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