Siempre son bien recibidos, aunque haya alguno, tipo aspiradora o epilady, que te hace enarcar las cejas y dar las gracias con una sonrisa plasticosa, siguen siendo detalles por parte de alguien que se ha tomado la molestia de adquirir esa “cosa” para ti.
Pequeñas concesiones a fechas pactadas por la costumbre. Compromisos ineludibles que saltan en las agendas. Compras apresuradas, con la desgana de la improvisación obligatoria, que en muchas ocasiones son un desacierto tan obvio que van acompañados de sus tickets de devolución.
Tan así es, que hasta se ha acuñado, la expresión “pongo” para esos artefactos que nunca sabes dónde ubicar en tu vida.
Hasta que, por una vez en la vida, alguien se deja caer, fuera de las fechas establecidas con algo tremendamente especial.
Eso, que no es una cosa. Es un cheque en blanco que te dice que confían en ti, en tu capacidad, que te consideran una persona especial, merecedora de todo lo bueno que te pueda traer el futuro.
Y además te lo entregan con naturalidad, con la espontaneidad del que da por supuesto de que vas a llegar a ese sitio que tu solo has aspirado en tus sueños, que te sirve de reconocimiento a tus esfuerzos.
Eso es realmente un regalo.
Un obsequio que hace que todo lo demás aparezca desvaído y trasnochado. Contraviniendo, aparentemente, todas las normas sobre edad y gustos del agasajado, y confirmando un conocimiento exacto de las necesidades y los deseos de quien lo recibe.
Rompiendo todo lo establecido sobre la cuestión, y certificando, sin lugar a dudas, que te conocen, que te quieren. Un autentico regalo.
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