En su labrado lecho, más allá de las olas
Él sueña, y entre sueños la recuerda con su paso decidido
Por sus senderos de conchas bordeados de flores
Y por la sombreada hierba bajo la parra.
Él suspira: “En lo más profundo de mi erróneo pasado
Su espíritu recorre las ruinas y los campos asolados.”
Pero la real casa sigue allí, intacta.
Sólo torcida por la edad y cubierta de pinos
Allí donde por vez primera él se cansó de su constancia.
Y ella pisa con pie más firme que cuando
El temor a su odio era un trueno en el aire,
Cuando agonizaban los pinos bajo un viento brutal,
Y las flores la miraban con ojos frenéticos.
Ahora que todo acabó, ya nunca sueña con él
Sino que pide al cielo la bendición de los vivos
Para aquel lugar que él imagina cubierto de escombros y tupida hierba
Y juega a ser reina en más noble compañía.
R. Graves “El vellocino de oro”
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