Los perros no guardan rencor. No atesoran ofensas como el viejo Scruch. Si los acostumbras a pasear al amanecer, vienen a despertarte con los primeros rayos de sol.
Te meten su húmedo hocico, en cualquier parte de tu cuerpo que asome por el perímetro de la cama. Les da igual que sea un codo o unos labios.
Abres un ojo, intentas calmarlos, los maldices ¡Hoy no toca, es fin de semana!
Ellos no lo saben, es más, a lo mejor, hasta les da igual.
Siempre, siempre, se alegran de que te despiertes, se emocionan solamente con saber que estas ahí, y lo celebran, están encantados con tu existencia.
Si el día anterior, se te ha complicado hasta lo indecible, y te has olvidado de su comida. No importa. Si les has pegado, por meterse en la boca, enterito, al cachorro de la vecina, o que se hayan comido sus brotes de magnolias, (bendita amnesia perruna) tampoco importa, el amanecer sigue siendo un motivo de alegría.
Mueven el rabo hasta límites inverosímiles, no entiendes como no se les cae el culo, no les da una hernia de lumbares perrunas, no sudan, no hablan, incluso algunos, no ladran. Pero todos mueven el rabo.
Te celebran, a ti, a que existas y compartas la vida con ellos. Se emocionan con la perspectiva de un nuevo paseo, que es igual que el de ayer y que el de anteayer. Son inasequibles al desaliento.
Tener un perro es una responsabilidad y un coñazo.
Si además es un turco, te jodes, son perros de un solo amo. Te adoran, y solo toleran, de forma despectiva, a los que comparten casa contigo.
Les interesas tú, y las salchichas de Frankfurt, y además por ese orden.
Te hacen sentirte responsable, hastiado, acompañado, cómplice, acorralado, divertido. Te ofrecen lealtad incondicional, seguridad, fidelidad, alegría……y te hacen que madrugues ¿Quién da más?
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