Pues después de mi escapadita mochilera me vuelvo a las
redes (y a casa) y entre el genocidio de Gaza, el nuevo bastardo Borbón y otras
lindezas, me encuentro con unos cuantos artículos justificando por qué las
chicas ya no están tan dispuestas a hacer topless.
Según opiniones sesudas de señores que estudian estas cosas,
que por lo visto ha necesitado un reportaje de investigación de la revista Elle, la cuestión va apuntalada en tres pilares básicos, a saber:
El toples ya no se considera un justo síntoma de libertad y de
autoafirmación femenina, sino que el activismo pectoral y sus inevitables
bamboleos, se consideran extremistas. Pos claro, y no vamos a
confundir libertad con libertinaje, voto a bríos, que te sacas una teta en la
playa y ya eres una radical, feminazi y extremista. El grado de radicalismo, de
esta manera, es directamente proporcional
a la zona mamaria mostrada ¿No? Ajá, sip, bueno, no lo pillo, igual es que el
argumento no se sostiene o que yo estoy postsiéstica y voy espesita.
En segundo lugar, supone ir a la contra de la tendencia actual de
cosificar e hipersexualizar a la mujer (….) La desnudez ya no es un regreso a
la madre naturaleza y a la inocencia del jardín del Edén como en la época jipi:
se identifica automáticamente, por un estúpido resorte prejuicioso, con la
provocación. Este es bueno de cojones, porque ¡Claro! Si evitamos el
topless, ponemos a la mujer en posición de igualdad en esta sociedad que, por
otra parte, ni la cosifica, ni la manipula, ni la mercantiliza ni ná de ná.
Y por último está lo de que cualquiera te puede hacer la fotito de
turno y colgarla en la red de turno convirtiendo tus tetas en bien de dominio
público. A esto sí que le veo lógica, que no es lo mismo esta esparramada
en la toalla disfrutando del veranito pezones al aire, que estar colgada por
las redes sociales a libre disposición in aeternum.
Otros diarios llegan a estas otras conclusiones, que vienen a
ser más o menos las mismas:
1 El efecto de las campañas de
prevención del cáncer de piel. Cada vez las mujeres se preocupan más por su
salud y prefieren acudir a la playa más cubiertas para evitar daños.
2 La percepción de las mujeres que
practican «topless» como mujeres «sueltas» y evitar la cosificación.
3 La apropiación del pecho descubierto como
elemento reivindicativo en grupos de activistas como las Femen (en la imagen) o
las campañas en la red.
También hablan de pudor y otras cuestiones más o menos traídas
por los pelos.
Tal como yo lo veo, vistos los famosos selfies del personal
y algunos atrezzos que se ven por la calle no se sostiene ninguno de estos
argumentos. Sino todo lo contrario.
Creo que el problema básico es que les puede la inseguridad,
porque lo de la cosificación está promovido y amparado desde casi todos los ámbitos,
hasta hacer creer a las jovencitas que su autoestima y su valor como persona,dependen
casi exclusivamente de cuanto deseo sexual sean capaz de despertar.
El cáncer de piel no importa mucho cuando estas en la edad
que te sientes invulnerable y/o inmortal.
Peeeero, que te tomen por una motivá feminista ya es algo a
tener en cuenta, que para eso a esta generación le han enseñado el vocablo “feminazi”
para que no se pasen reivindicando y se queden en el folklórico papel de
luchadoras de salón.
Y sobre todo, la inseguridad, el no estar nunca lo bastante
guapa, lo bastante delgada, y no tener los pechos lo bastante deseables como
para que no importe mostrarlos. Si la mayoría de las jóvenes no padeciera esa
inseguritis, las playas estarían llenas de tetas al viento, igual que los
autobuses están llenos de shorts con los medios cachetes fuera, sin problemas y
sin tantas zarandajas.
Antes, se hacía topless si te apetecía, y dentro de las consideraciones que se
sopesaban para meter la parte de arriba del bikini en la bolsa playera, no estaba de
si tengo las tetas más gordas o más canijas o más altas o más bajas.
Pero en la era de los implantes, las que se ven raras son
las tetas sin operar, las que tienen esa caída natural y que se mueven al compás
de su propietaria, no con la tersura y
la rigidez impuestas por el bisturí y esos simpáticos rellenos plásticos que de
vez en cuando revientan y de vez en cuando envenenan.
Cuando yo tenía treinta, tenía amigas de cincuenta y de
veinte, íbamos a la playa y muchas hacíamos topless, y cada una disfrutaba del
sol y de la playa con o sin bikini, con toda la naturalidad del mundo.
Ahora si no eres joven y perfecta, mejor te compras un
bañador de cuello vuelto o ya sabes que te arriesgas a que incluyan en un estudio.
Gilipollas.
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