Esta
Semana Santa me quedo en casa, no en mi provincia o en mi pueblo, en casa, en
el sillón abatible del salón, costillas obligan. En fin c´est la vie, matocao.
Así que
aquí ando deambulando por la red, y viendo concursos de pasteles y tatuajes en
los canales temáticos de la tele, mientras intento poner un poco de orden en los apuntes.
La
gente cuelga cosas de las procesiones, de las piscinas de los hoteles, de los
aperitivos que se van tomando….. y algo recurrente, el problema de las maletas.
Es
cierto que la primavera es de temperatura desconcertante, pero a mucho tirar y
en los casos más afortunados estamos hablando de 10 días máximo. Ropa para 10 días,
teniendo en cuenta que las entradas de blog y los comentarios que he leído se referían
a viajes a sitios civilizados, bueno, me parece que no da para tanto drama.
Pues
para algunos sí.
Consejos,
decálogos, recetas, trucos y un sinfín de gilipolleces que me tienen flipando
en colores ¿Cuántos neceseres son aconsejables? (¿Neceseres, así en plural?) ¿Ein?
¿Cuántos pares de zapatos? ¿Cuántas cremas? ¿Cuántas barras de labios?
Cuaaaannnnta estupidez por Dios y por la Virgen del Carmen.
Una,
que si viaja es en un velero pequeño, donde el peso tiene que estar aquilatado
al máximo e inexorablemente debe incluir ropa de agua (de la de navegar, que
pesa lo suyo) o se va de mochilera, teniendo poca tolerancia a la carga en la
espalda (los peregrinos están todos de acuerdo en que de lo imprescindible, solo
hay que echar en la mochila la mitad). Pos como que no entiendo esa compulsión a
llevarse un montón de chorradas estúpidas que en muchos casos ni se van a usar,
ni van a salir de la maleta.
De los
nervios que me ponen oiga. Hasta que caigo en la cuenta de que soy gilipollas
(Giliwoman, que para eso salvo tablas de morir ahogadas). Es que la gente no
viaja para relajarse, ni para ver cosas, ni para disfrutar, no. Simplemente arrastran
hasta otra localización geográfica las inseguridades, las angustias y los
miedos que los atenazan a diario.
Se van, pero aferrados a la misma rutina amargante
que los hace tener el deseo de viajar, en una espiral irracional y estresante que no puede romper nada que quepa en una maleta.
No van
a ver cosas, van a que los vean. No a relajarse, sino a preocuparse de estar
vestidos para la ocasión. No a respirar sino a tener oprimiéndole el pecho la
mas obtusa de las convenciones sociales, la apariencia. A sentirse inseguros
frente a un público distinto del cotidiano.
¿Merece
la pena?
¿A eso se le puede llamar vacaciones?
¿De verdad se piensan que el problema lo tienen
con el equipaje?
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