No me ha dado por revisar las entradas del blog, que asi a lo tonto capullo van por encima de doscientas.
Me reservo el derecho a repetirme. Y aunque ponga algún villancico en inglés en mi muro de Facebook, no os lieis, solo es cortesía, o nostalgia, o vete tu a saber.
Echo de menos la navidad, si, lo sé, con la edad he ido desarrollando un espíritu grinch poco apropiado. Pero aunque peque de soberbia o pedantería. ¡Insisto! La echo de menos, porque yo si sé como era.
Echo de menos que toda la familia adorne la casa, que se escondan los regalos para que cumplan su función de mágica sorpresa.
Echo de menos a mi padre vistiendo unos tubos con espumillón verde, que acababan convirtiéndose en un maravilloso árbol navideño, rematando sus ramas con garbanzos envueltos en papel de celofán rojo.
Echo de menos a Pippi Lamstrumg que era posadera, al pavo del belén mas grande que los soldados del rey Herodes. Al río de papel de albal y a las montañas de corcho.
Echo de menos a mis tíos que montaban teatrillos y revisaban las letras de los villancicos.
Echo de menos rascar con un tenedor una botella de anís. Anís de los borrachuelos y los roscos caseros.
Echo de menos rascar con un tenedor una botella de anís. Anís de los borrachuelos y los roscos caseros.
Tocar las castañuelas con la familia, al borde de un colapso colesterolero.
El ritual de sacarle el hueso a un jamón.
La cocina como centro del mundo, cálida, aromática.
Las delicatesen de mi madre, los rulitos de lomo empanados con queso y jamon, el cóctel de gambas, saciante y sin artificios.
Echo de menos la comida navideña como red de afectos.
Ir a casa de mi tía con la bata y los banquillos de la cocina.
Las delicadas bolas de cristal del árbol, con paisajes invernales que no conocíamos.
A mi primo atronando con su trompeta de arcángel y al apuro de mi madre porque las bengalas quemaban los manteles.
Echo de menos las zambombas, las sonajas, la misa del gallo y las cabalgatas afanadas recolectando caramelos.
Echo de menos las zambombas, las sonajas, la misa del gallo y las cabalgatas afanadas recolectando caramelos.
La alegría de las calles, de las luces.
Echo de menos la seguridad en los afectos, la protección, la bonhomía, la dulzura.
Seguramente, lo único que echo de menos es mi infancia.
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