Siempre me ha gustado la lluvia en fin de semana. Bueno, ahora de mayor menos. Cuando llueve un día sin horarios, siempre me acuerdo de los recortables.
De pequeña, aunque me pasaba muchas horas leyendo, también tenía unos pocos de recortables, de esos de muñequitas rechonchillas, con ropa interior de diseño tan recatado, que en la actualidad, no serviría ni para hacer deporte, porque en nuestros tiempos no había llegado todavía ni la anorexia ni la precocidad, ni a las niñas, ni a las muñecas.
Desde luego era una estupidez encerrarse en casa a recortar en un día luminoso, estando la calle llena de aventuras. Pero los días de invierno, m
ientras la lluvia y el viento arreciaban, haciendo de la calle un sitio inhóspito, tú, en casita, protegida y confortable, buscabas una distracción apropiada.
Esos eran los días ideales para pillar la “tijerita de bordar” y emprenderla con los recortables.
Realmente era un juego un poco tonto, lo divertido era buscar una cajita, recortar la muñeca y la ropa y procurar hacerle buenos puntos de agarre para que quedara perfecto.
Esto presentaba bastantes retos, a saber: Las tijeritas eran curvas, o sea, que cualquier línea recta de la ropa de papel, acababa convirtiéndose en un bonito bodoque. La falta de destreza propia de la edad, hacia que te pasaras una y otra vez de la gruesa línea negra exterior de las prendas, y además casi siempre acababas cortando uno de esos pequeños rectángulos que sirven para sujetar, la diadema o el abriguito de turno. Los espacios entre los brazos y el cuerpo siempre eran un tema delicado e imposible de rematar bien, por lo que algunas veces, había que optar directamente por no recortarlos.
Y así poquito a poco, primero la muñeca, después las piezas grandes, después los accesorios, todo se iba liberando de la prisión del papel.
Cuando ya estaba todo recortadito en su cajita y habías vestido la muñequita un par de veces con las combinaciones posibles…pues te ponías a otra cosa.
Es que a mí nunca me ha gustado lo de la moda.
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