Seguramente es la pieza más curiosa del tablero, la que ha sufrido más cambios; ha sido elefante, obispo, incluso camello y loco. Lógico, cualquiera se volvería loco con tantos cambios de personalidad.
Algunas veces están ligados al servicio de la reina, otras al del rey, son un poco obtusos, por eso solo se deslizan por el color que les asignan, y hasta un peón puede bloquearles el paso.
El alfil es un buen soldado, obedece órdenes, y es fiel a su misión, no le gusta el protagonismo, por eso su paso es sesgado, aunque ágil. No conviene perderlo de vista, si no encuentra obstáculos, puede correr de una punta a otra anulando cualquier amenaza.
Si un alfil consigue ponerse de acuerdo con su compañero que deambula por el otro color, consiguen bastante control sobre la batalla. Eso siempre es un riesgo, porque están acostumbrados a trabajar en equipo y dos alfiles que se complementen pueden definir el final del combate.
No es tan solemne como la torre, ni tan ansioso como el caballo, es un guerrero curtido que prefiere administrar sus energías para llevar las escaramuzas hasta el final, son la guardia de corps de los reyes, y por lo tanto, leales hasta el final.
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