El peón de ajedrez es una pieza pequeña y numerosa, es la más vulgar de las piezas. Es débil, se refugia en su número, siempre queda algún peón más.
Esta condenado a avanzar, aun conociendo la fatalidad que se cierne sobre él, no puede retroceder, las implacables reglas de juego no se lo permiten.
Nadie levanta un dedo por el sacrificio de un peón, no es importante, el peón avanza con angustia, con resignación, desde el primer movimiento, está viendo la otra orilla del tablero, pero sabe que lo más seguro es que nunca la pise.
Para las figuras, que tiene alineadas detrás, el peón no existe, en su hierática rigidez no pueden bajar la vista, no saben de la existencia del peón, hasta que no se mueve. Pero son conscientes de su utilidad como parapeto, también lo usan en maniobras de distracción, no dudan en arrojarlo en brazos del enemigo, para poder evadir un ataque, y lo sacrifican cuando es necesario sin que les tiemble la mano.
Hay peones que sí consiguen atravesar el tablero, allí, como una crisálida cualquiera, se despojan de su condición de peón y hacen realidad sus sueños, pueden convertirse en cualquier cosa, salvo en rey. Eso no les importa, no hay ningún peón tan tonto como para querer ser rey.
Ya está en las trincheras enemigas, pero ya no es un peón, ahora es un arma muy peligrosa.
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