VACACIONES


¿De qué? ¿Vacaciones, de qué? ¿De la rutina? ¿De los periódicos y las noticias? ¿De la casa? ¿De nosotros mismos? ¿De la vida?

A mí estas vacaciones siempre me han gustado más que las demás. Desde chica.

Seguramente por la tengo asociada a la casa de mis abuelos, a su amor, al de verdad, al incienso, a los vencejos, al renacer, a la alegría.

No es primavera porque lo diga el Corte Ingles, ni el almanaque, ni siquiera porque lo diga el meteorólogo de turno.

Es primavera porque los vencejos gritan, los patios empiezan a oler a jazmín, a laurel venenoso (que si, que vale, que es venenoso, pero huele que te mueres, jejejejeje) y no es cualquier primavera, es ESTA primavera, la única que trae este año.

Estas vacaciones huele a tambores, a brotes, a expectativas, a incienso y a cera, a página en blanco, a promesa, a leves ropas y a túnicas de terciopelo, y de eso hay para todos sin distinción de edades ni de creencias. Homo sapiens, homo hormonalis, homo vivo.

Es la celebración del brote vital renovado.

Y el sol calienta más, y la lluvia es una bendición, aunque moje y encierre a los dioses que supuestamente la bendicen.

Y recontamos, sacudimos telarañas, renovamos y sobrevivimos.

Los huesos están muy viejos, los niños están muy grandes, los perros nos miran con el estupor de la fidelidad y las plantan explotan pugnando por invadirnos. El tiempo es indiferente y no sabe de estas cosas, los días se suceden inexorables.

Pero la primavera huele bien, y la vida, por un momento fugaz y cómplice, nos lanza una sonrisa queda y misteriosa.

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SOBRE HUIDAS PEDESTRES Y PERSECUCIONES ECUESTRES


Decía uno de los científicos de Parque Jurásico, que la vida siempre acaba abriéndose paso. En ese contexto, el tipo se refería a la imposibilidad de ponerle puertas al campo, sin embargo, la cosa es bastante mas grave.

Las cosas de la vida, las que te pasan, de las que huyes, tienen una manera sibilina, maquiavélica y oportunista de alcanzarte, una y otra vez. Quizás no directamente, incluso puede que no a ti personalmente, pero los fantasmas siguen apareciendo.

Llevo toda mi vida de adulta perfeccionando un master de ingeniera de canales y caminos existenciales.

Levantando muros, haciendo presas, diseñando fosos que me aíslen y me protejan, intentando construir una parcela, pequeña e ignorada, donde no te alcancen los aludes, los terremotos ni los rayos.

Es extenuante y agotador, es un proceso largo de trabajos, negociaciones y concesiones, con la única meta de la paz. No la paz mundial, esa de las mises, ni la paz interior de la meditación transcendental, ni todas esas quimeras inalcanzables. Solo basta con saber que hay un pequeño espacio de paz dentro de tu cerebro, de tu alma, de tu existencia…………de ese sitio, donde te sitúas según tus creencias.

Los caminos para llegar son infinitos, puedes acceder haciendo repostería, o caminando entre bosques, cantando a gritos mientras conduces, escuchando o haciendo música o rascándole detrás de las orejas a tu perro.

Pero siempre te acaban alcanzando, el aislamiento no es fácil, ni gratuito, las barreras de ese sitio se construyen con jirones de piel, pero eso, no te garantiza nada.

A la más mínima grieta, el dolor, la desolación se cuelan, como gorrones no invitados a la fiesta y la angustia vicaria te clava, una vez más, sus infectas fauces. Y vuelves a levantar muros, y vuelves cavar fosos y vuelves a huir, pero huyes a pie.

Los jinetes del apocalipsis, van a caballo.

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AMSTERDAM


Además de los canales, preciosos, de las casitas larguiruchas y apretujadas, geniales, las bicicletas, superabundantes, la maría, que te asalta la nariz cada tres pasos……….es una ciudad desconcertante.

Siempre he tenido el concepto de las ciudades de la Europa no mediterránea, como si estuviesen habitadas por gentes con desordenes obsesivos compulsivos. Sitios como Ámsterdam me los imaginaba envueltos en un placido orden prusiano, limpio y definido.

Sorprendentemente, no.

El primer día, la estación central, un edificio majestuoso y bello, pero por dentro es un batiburrillo de gente y comida rápida, como un zoco postmoderno extraño. Si la atraviesas y sales a la parte trasera hay una pátina decadente-industrial que lo envuelve todo. Cadáveres de barcos que flotan a duras penas, y otros que flotan y funcionan sin que quede muy claro porqué.

Los ferris matemáticamente eficaces van y vienen transportando a un catalogo infinito de personas: los turistas con sus eternas mochilas y mapas, en sus flamantes bicicletas de alquiler, los currantes con sus canastillas delanteras hechas con cajas de cualquier producto, las chicas, en muchos casos, las llevan con ornamentación floral como ninfas sobre ruedas…… atuendos deportivos, arregladitos para salir, ropa de trabajo, gentes de todas las etnias, es la democracia del transporte publico, en una ciudad donde SI lo usa todo el mundo.

Pero con esto de que voy y que vengo, que cojo el mapa al revés y me pierdo, he estado en sitios donde la gente vive en contenedores, no en esos que han convertido en coloridas viviendas, sino en los que se quedan arrumbados en los polígonos fantasma de los puertos.
Naves abandonadas sobre un paisaje postapocalíptico donde el oxido va uniformando el paisaje.

Después llegas a la parte turística de la ciudad, y la miras con la cordura, libre de los efluvios de cerveza y porros; los copetes orgullosos de los edificios, con sus adornos, sus fechas y sus poleas para las mudanzas, los adoquines marrones y los cisnes palmeando perezosos e indiferentes por la tranquilidad del canal.

Ámsterdam es mágica, dulce y bulliciosa y sobre todo es una ciudad viva y así te hace sentir, te sientes viva mientras pedaleas con una sonrisa manchada de chocolate de gofre por los puentes del canal de los caballeros.

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