CRONICAS UNIVERSITARIAS. CAPITULO II. UN GRAN PROFESOR Y UNA MIERDA DE TIZA


Entre tantísimas cosas que han cambiado en los últimos años hay una muy importante, las tizas.

Esos pequeños rectángulos polvorientos de nuestra época estudiantil han pasado a mejor vida.

Ahora se han convertido en unos asépticos cilindros hipoalergénicos que no pintan una mierda.

Esto, en sí mismo, no es un problema para la mayoría de los docentes ni de los alumnos porque, como hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad, casi todos utilizan las transparencias que diligentemente, leen, en algunos casos explican y en otros te pasan por reprografía convirtiendo esos bonitos cuadros de colorines con una información esquemática, en rectángulos carbonizados muy difíciles de leer y de completar con tus propias anotaciones.

Con una excepción, tengo un profesor que no se toma la clase como un horario de trabajo que despacha con mejor o peor voluntad. Más bien es alguien entusiasmado con su disciplina, al que le encanta transmitirla y además sabe cómo hacerlo.

Va anotando conceptos y rellenando la enorme pizarra una y otra vez, mientras enlaza datos históricos,  anécdotas y puntualizaciones sobre las zonas más oscuras, pero claro, da igual lo que anote en ese enorme muro verde, porque las modernísimas tizas, ni dan alergia, ni pintan, ni ná de ná.

Intentando completar de la mejor manera mis apuntes, me pongo en primera fila, y a pesar de mis esfuerzos por descifrar esos alocados ectoplasmas de letras, que me va dibujando un rictus digno de un chino chupando limones, la mayoría de las veces tengo que acabar preguntando que pone en esta frase o en aquella otra.

Pensaba yo que todo esto era producto de mi pobre vista cansada, pero no. Hoy, una de mis jóvenes compañeras, que no tiene nada cansado le ha sugerido tímidamente que apriete más la tiza, a lo que el profe, inasequible al desaliento le contesta – Si aprieto más, me hago sangre.

Todos tenemos unos pocos de años de clase en la chepa, ¿Alguien conoce algún caso de alergia a la tiza?

Que yo me acuerde: mancha, pone la ropa y los dedos del que la usa, perdidos, hay que sacudir los borradores de vez en cuando…..pero así, por encimilla no recuerdo ningún caso de shock anafiláctico lectivo. ¿Quién coño se inventó esa fantasmada de la alergia?

He buscado por ahí tizas de las antiguas, de esas que pintan, con la sana intención de dejar un par de ellas cerca de la pizarra, y mis queridas surtidoras de material me informan que no se encuentran ni en los distribuidores, que ya no las fabrican.

Así que una clase que podría ser una maravilla, y de hecho lo es, se convierte en un dolor de cabeza asegurado por el esfuerzo de intentar descifrar, lo que con tanto entusiasmo nuestro profesor va escribiendo.

Pero me da igual, en pocos días nos cambian al profesor.

Entonces ya no será importante la cuestión de las tizas.

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