LLUEVE SOBRE LA TARDE DEL SABADO


He estado antes aquí. Suena el jazz en los altavoces, mientras la tormenta arrecia fuera, en el cenicero, los pequeños cadáveres de momentos perdidos. Un anuncio surrealista sobre un postgrado en mecánica de fluidos, leche caliente, chocolate. La carretera oscura, inhóspita y amenazante. Crisálidas individuales frente a la luz azul, cada una en su pequeño cubículo intentando transmitir algo. El dolor a ras de suelo, el agua alrededor. Dos velas de cumpleaños para espantar la oscuridad. ¿Quién adorna un árbol de navidad en el fondo de un barranco? Fidelidad yacente, nostalgia rampante. Alguien mintió a los voladores y ahora mueren, ateridos, entre relámpagos. Tengo que comprar leña. Encogidos, en la oquedades de las montañas, esperando que los dioses se embriaguen e ignoren a sus criaturas. Los viejos amigos entonan melodías del pasado. Antiguos poemas se resisten a presentarse plenamente, papel amarillento, olor a biblioteca. Cristal que encierra cristal, olvido que olvida olvidos. El rapsoda, anciano, tranquilo, desgrana su eterna letanía tañendo las cuerdas del laúd. La doncella de Orleans, toma cuerpo sobre las montañas de tela ardiente. La voz campanuda y colérica del trueno infunde temor a las ventanas. Bendita amnesia que te hace disfrutar, tres, cuatro veces de algo, como si siempre fuera nuevo. Bajan los improvisados arroyuelos hasta la orilla, saltando sobre cuerdas de guitarras, haciendo sonar campanas, lavando los muros, limpiando la tierra, arrancando de la piel el recuerdo del verano.

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