FUN, FUN, FUN.


Ya está aquí Diciembre, y con él, las voces infantiles y agudas salmodiando villancicos en los comercios.

La Navidad es tiempo de angustia, si montas una cena familiar, lo primero que se te ocurre es contar las dolorosas e irremediables bajas, las personas tan queridas que ya no están, esos que se esforzaron en que tuvieras dulces y calientes navidades.

Si te centras en los que están, empezamos con los problemas, ¿Pongo tal cosa al horno? No, que no le gusta a….., pero si monto una ensalada,……no la prueba. Este centro de mesa esta hecho una porquería, debería comprar otro, además este año no se llevan las velas rojas….. ¡Qué agobio por Dios y su pesebre!

Si te da por comprar regalos, peor. No hay presupuesto que resista el impulso de tener “detallitos” con todos los que te gustaría. Es simple y matemáticamente imposible, y menos con la que está cayendo.

¿Adorno la casa? ¿Para qué? Si ya no es un hogar, es más bien una mezcla entre piso de estudiantes y meeting point, donde parece que todo el mundo está de paso, entre citas y obligaciones.

Nietzsche decía que Dios ha muerto, los Reyes Magos están enterrados en la catedral de Colonia, Papa Noel es un invento refrito de la Coca cola y los mantecados engordan un montón.

De hecho es cada vez más difícil encontrar vírgenes, pastores y carpinteros, de los ángeles mejor ni hablamos, aunque eso da igual, este año tampoco voy a sacar el Belén, mejor que todas esas figuritas sigan durmiendo el sueño de los justos en sus cajas del trastero, a que salgan a la palestra donde nadie les iba a dedicar ni una mirada.

Así que, de nuevo, me voy a centrar en el consumo compulsivo de turrón de chocolate (que sabe a navidad), mientras me acoplo en mi sofá, con mi manta, mi perra y el canal de cine clásico, con un poco de suerte vuelven a poner “Que bello es vivir”.

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