EN DEUDA CON LA COCINA


Dicen, la gente que entiende de estas cosas, que aparte de la bipedestación, el desarrollo cerebral está ligado a la alimentación, me explico:
Cuando éramos una panda de monos correteando por África, teníamos un cráneo diseñado para el mejor funcionamiento de la mandíbula, que comer carne cruda, desgarrarla y masticarla, supone un esfuerzo mecánico importante.

Teníamos grandes músculos y buenos anclajes en el cráneo para que funcionaran sin problemas, una cresta sagital (que es una cosa muy graciosa en lo alto del cráneo) y un diseño como más de trituradora.

Con el tiempo, aprendimos a cocinar, bueno, más o menos. Se supone que primero machacábamos la carne y las raíces, con el fin de ahorrarle este trabajo a las mandíbulas y facilitar en proceso de masticar y deglutir, y más adelante, con el descubrimiento y el control de fuego, ya iniciamos el camino del virtuosismo culinario.

Al liberar nuestros huesos craneales de esta labor, se produjo la expansión del cerebro, con el cual pudimos pensar en diversificar los métodos de la alimentación y la supervivencia, de paso inventamos herramientas, creamos dioses, sociedades, música y arte, que un cerebro en expansión bien empleado, da para mucho.

Otro dato a tener en cuenta, es que tanto si los cazadores tenían suerte con la caza, o no, esperaban comer a diario, que para eso ya se habían dejado a alguien currándose la cocina y la conservación de lo obtenido en otras expediciones.

Quiere decir, que las personas sujetas a la vieja maldición de “¿Qué hago de comer hoy?” merecerían un monumento en cada rotonda de nuestras ciudades, ya que son las responsables de la evolución de la humanidad en su conjunto.

Comentarios como “esto no me gusta” “pues no me lo como” o “si lo sé, como en la calle” deberían de estar contemplados en el Código Penal como delito muy grave, y para no cargar mas al sistema judicial, se debería autorizar a la persona encargada de tan antiguo y digno menester, de poder repartir sartenazos de oficio a quien haga el mas mínimo gesto de desagrado en el momento de sentarse a la mesa.

O en su defecto, recluir al emisor del comentario, en una reserva natural, donde su dieta se limitara a arrancar los trozos que pudiera de una cebra en descomposición (también podría ser un impala o cualquier otro herbívoro) e intentar aderezarlo con las raíces que pudiera obtener excavando con dedicación.

Así que por favor, la próxima vez que os pongan un plato sobre la mesa, pensad que de ello ha dependido ser lo que somos, y tratadlo con el respeto que se merece.

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